18 Junio 2024
Ya están en librerías dos cuentos que esperábamos con ansias: Los pequeños cristaleros y Perdido, ambos escritos e ilustrados por autores chilenos.
En Los pequeños cristaleros, una niña sale temprano de su casa junto a su madre: van a la fábrica de cristales donde ambas trabajan. La pequeña sueña con ir a la escuela para aprender a leer y escribir. “No se ponga triste, mi niña. Más adelante, tal vez usted también podrá venir a esta escuela”, le dice su mamá cada mañana.
La historia está basada en hechos reales: en 1925, trabajadores del cristal en Chile organizaron un paro para reclamar mejores jornales, pero no lograron sus demandas. Sin embargo, los niños y niñas que también trabajaban en la fábrica siguieron protestando para conseguir mejores condiciones laborales.
Sus autores son Bernardo Bello y Antonia Roselló. Bernardo es es profesor de historia y ciencias sociales, y desde sus años en la universidad ha estado interesado en el estudio de las infancias y, en especial, del trabajo infantil. Antonia, en tanto, es autora de libros infantiles y licenciada en historia. En este, su primer libro publicado por Ekaré Sur, pudo fusionar sus dos pasiones: la ilustración y la historia.
También llegó Perdido, un álbum que aborda con delicadeza nuestro pasado reciente. En Navidad, un niño recibe un regalo inesperado: un pasaje para viajar, junto a su papá, al país donde nació. Allá hay muchas cosas que le resultan extrañas: los nombres de las calles, las tiendas, los autos… Cuando se pierde en el centro de esa ciudad desconocida, asustado y solo, un músico viene a su rescate.
Dedicado a todos los niños y niñas que, por diversos motivos, deben vivir fuera de su país, el libro nos remonta al Chile de los años 80 a través de la anécdota de su protagonista, un par de minutos que se transformaron en un recuerdo cómplice con su padre.
El cuento es de Iván Larraguibel, quien también es coautor del libro Ven a ver arte chileno y de la versión mexicana homónima (Ven a ver arte mexicano). Claudio Muñoz estuvo a cargo de las ilustraciones, que tienen ese mismo trazo nostálgico con el que ya nos cautivó en ¡Bravo, Rosina!