Por Pablo Álvarez, editor de Ekaré Sur
21 Septiembre 2017
Hay muchos tipos de fiestas. En Chile existe el malón, que consiste en que cada invitado (o paracaidista) llega con un aporte para la fiesta, ya sea en comida o en bebida. También existe la vaca, en que todos los asistentes ponen una cuota y hay una o más personas responsables de comprar lo que comerán y tomarán todos los invitados. No sé cuál es más democrático o igualitario. Pero me inclino por el malón, si consideramos que todos los asistentes llegarán a la fiesta con un aporte de acuerdo a sus posibilidades. Así, alguien que gana 10, llegará con 1, y otro que gana 100, llegará con 10. Queda más bonita la torta.
Pero hay una fiesta que lleva 11 años celebrándose, y en la que parecieran estar todos invitados. Alguien pone la casa y el resto ve si quiere llevar algo o no. Nadie está obligado. Es la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, un evento imperdible, que este año se organizaba bajo el eje central de las identidades. Esta Fiesta tiene que ser entendida como un hito dentro de una organización mayor: los Eventos del Libro de Medellín. Bajo ese contexto, la Fiesta es una actividad que se extiende por una semana completa, emplazada en el Jardín Botánico Joaquín Antonio Uribe, y con actividades en simultáneo en el Planetario y en el Parque Explora, todos ubicados en la zona norte de la ciudad, que poco a poco se va consolidando como una de las áreas urbanas más interesantes a nivel de propuestas culturales, construcción arquitectónica y readecuación social.
Los imperdibles de la Fiesta
Bien se puede decir que la Fiesta completa es un imperdible, por su locación, en medio del bello Jardín botánico; por el concepto que promueve en función de la cultura y la lectura; por congregar a cientos de editoriales de distintos rincones de Colombia y Latinoamérica; por constituirse como un espacio libre, gratuito, con más de 500 mil visitas en una semana, y que se promueve, sobre todo, como una fiesta: una fiesta que dura todo el año.
Y hay también pequeños eventos, lugares o momentos que son paradas obligatorias dentro de la feria.
El orquideorama es quizás la atracción principal. La imponente estructura de madera, que reproduce la organización de un panal, con sus hexágonos de madera perfectos, se encuentra sobre las cabezas de editores importantes: Tragaluz y Rey Naranjocompartían esas estructuras de seis lados, con sus cuidadas ediciones, sus títulos llamativos.
A un costado del orquideorama, caminando unos pasos, se encuentra el Salón del libro Infantil y Juvenil, un espacio que concentra lo más importante de publicaciones de ese tipo de libros, y que por cuarto año consecutivo está a cargo de Babel Libros(BOP 2017). En el Salón, un mar de personas entra y sale a diario para revisar los 4 mil títulos que el equipo de Babel selecciona cuidadosamente, de manera que el oleaje se lleve “los mejores para niños y jóvenes”. Son en total 10 mil ejemplares de libros que son sacados incesantemente de las estanterías. Todos mostrando sus portadas, divididos por temas curiosos y muy bien planteados. Si el visitante tiene tiempo, puede pasar todo el día en este Salón y no aburrirse jamás. La atención es impecable, hecha por editores y promotores de lectura que saben lo que tienen. Todo esto bajo la mirada atenta de María Osorio, si no la más influyente editora de libros para niños en Colombia.
A un lado del Salón se encuentra el auditorio Laura Restrepo, que acogió interesantes presentaciones y conversatorios con autores y editores. Ana María Machado conversó con Yolanda Reyes sobre los límites de la literatura infantil; también fue el escenario de conversaciones que exploraban temas interesantes a discutir en la literatura para niños, representación, alteridad, violencia. Y un importante acontecimiento para la literatura infantil y juvenil, fue la presentación en sociedad de la Asociación Colombiana de Creadores de Literatura Infantil y Juvenil (ACLIJ), en un notable gesto de descentralización y creación de redes de contacto. Pilar Gutiérrez (Tragaluz) conversó con Silvia Castrillón y el escritor José Andrés Gómez.
También emplazado en un lugar especial, se encontraba el Salón de Editoriales Independientes, otro de los puntos imperdibles. Aquí se reunían editoriales de gran parte de Iberoamérica. La oportunidad para ver publicaciones recientes de La Tumbona (México), Estruendomudo (Perú), El Cuervo (Bolivia), Abada Editores(Colombia), Libros del Fuego (Venezuela) y su arriesgada propuesta de diseño gráfico. Ahí, entre tanto editor independiente, Chile tenía un lugar muy destacado. Con fondos azules y letras amarillas, el país de cinco letras se distinguía con sus seis escaparates abarrotados de libros. La Asociación de Editores Independientes de Chile, patrocinados por ProChile, envió un contingente grande de libros de más de 20 editoriales distintas. Quilombo Editores, Sacabana, Ocholibros, editoriales universitarias, Rapa Nui Press, entre otras, destacaban con sus más recientes publicaciones.
La participación chilena
Si Chile tenía un lugar destacado en el Salón de Editores Independientes, fue gracias a las gestiones de la Asociación y el financiamiento de ProChile. Una delegación de editores chilenos se tomó los salones de la Fiesta, y entre los cachai y los poh, que contrastaban con los pues de los paisas, se generó una red de apoyo y trabajo.
En siete mesas de conversación participaron los editores: Francisca Muñoz (Sacabana), Camila Rojas (Quilombo Editores), Beatriz García Huidobro (Ediciones UAH), Mónica Tejos (Simplemente Editores), Javier Sepúlveda (Ebooks Patagonia), Francisco Fantini (Patagonia Gourmet), Vivian Lavín (Vuelan Las Plumas, U. de Chile), Julio Silva (Cesoc), Paola Norero (Recrea Libros), Carolina Pérez (EDIN) y quien escribe (Ediciones Ekaré Sur), participamos de las distintas actividades que los organizadores de la programación habían preparado con cuidado.
Dentro de la organización de la Fiesta, se encontraba el Encuentro de Profesionales, a cargo de Gregorio Herrera y Alejandra Pérez, con un trabajo impecable. Allí, los editores se reunieron con autores, ilustradores, agentes, instituciones y otros editores interesados en generar alianzas y tender puentes. La experiencia, sin duda, es fructífera. No sería extraño que pronto la organización de la Fiesta convoque a Chile como país invitado de honor.
La preocupación por la imagen
Como en toda fiesta, la decoración es importante. Luces, adornos, guirnaldas. Todo sirve para que los invitados se sientan cómodos y contentos. En la Fiesta del Libro y la Cultura había eso y más. A la decoración natural del jardín botánico hay que sumarle los módulos de madera, las carpas que acogían a los editores, las luces que adornaban la entrada y los caminos. Pero también una fuerte preocupación por la imagen, las ilustraciones, el diseño.
En Medellín hay un movimiento de ilustradores y editoriales con una contundente línea gráfica que toma cada vez más fuerza. Acogidos por la Casa de la Música, más de 15 jóvenes ilustradores antioqueños exhibieron sus trabajos a editores y profesionales del libro. Como en todos lados, estilos y calidades diversas. Pero hay algo que los une: existe una gran personalidad en las propuestas, una preocupación gráfica, una búsqueda por parte de algunos ilustradores. Las ilustraciones de Elizabeth Builes, enmarcadas en entornos naturales muchas veces, con trazos firmes y un respeto por las formas, imágenes dotadas de personalidad y estilo. Los dibujos de Alejandro García, obsesivos trazos de un conocedor del retrato, la botánica y la naturaleza. El mundo casi melancólico de una infancia perdida en el trabajo de Samuel Castaño, que configura un mundo especial a través de las imágenes y sus relatos. Coste Montenegro y su trabajo de archivo, casi documental para representar la vida urbana. La preocupación por la línea y sus límites en el dibujante Juan Sebastián Cadavid, que llena los espacios con silencios casi poéticos.
Resulta notable la importancia, en este sentido, de Tragaluz Editores, editorial de la casa, que juega de local en su estadio, y que recibe, comenta, publica y promueve a muchos de estos ilustradores. Pese a la juventud de la editorial, ha intentado dar espacio a una camada importante de creadores con mucho talento, y los direcciona en un mundo editorial competitivo. Ahí ves, en toda la Fiesta, como de manera ubicua, a Pilar Gutiérrez, Juan Carlos Restrepo y Daniela Gómez, que se aparecen en todos los escenarios, en todas las presentaciones, en todas las exposiciones. Están atentos a los movimientos y participan de toda la escena local. Asimismo, funcionan como plataforma de autores emergentes. Estupendos anfitriones.
En una línea gráfica están los editores de Mesa Estándar, arquitectos y diseñadores, que producen bellos libros con un denso concepto gráfico. De aquí destaca la colección Duotono, que recoge portafolios de artistas e ilustradores, y los transforma en relatos gráficos. En el mismo stand se encuentra Angosta, una pequeña editorial con libros de lujo y cuidadas ediciones. Estas propuestas debieran estar entre otros de los imperdibles de la Fiesta.
El espíritu de una fiesta que no termina
Medellín tiene un pasado reciente trágico. Son conocidos los episodios de violencia que vivió en los tiempos de Pablo Escobar, la corrupción política, la nula preocupación social, los problemas con el narcotráfico. Estos episodios, lamentables sin duda, y que son tratados hoy como espectáculos de televisión, de la violencia en Latinoamérica, calaron hondo en el espíritu antioqueño. Queda un resabio de ese pasado. Pero también un espíritu por cambiarlo.
Camino al metro, conversando con el talentosísimo ilustrador Santiago Guevara, me decía que el gran daño del narco y la historia de violencia que ha sufrido la ciudad, fue haber destruido a toda una generación de antioqueños. Concebir la vida como un producto intercambiable, la lógica de la supremacía del más fuerte (o más violento) sobre el débil, se transformó en una forma de vida, y de muerte. Me decía esto, Santiago, como observador de la realidad circundante, como buen ilustrador que es, pendiente de la organización social, de la distribución urbana de los espacios. Llegamos al metro Universidad y subimos las escaleras. Desde el metro se puede recorrer gran parte de Medellín. Es un servicio de lujo, de primera calidad, que va por las alturas y te da una idea del diseño de las calles, o la falta de él, del crecimiento desbordado de la ciudad. En Medellín, observábamos con Santiago, hay una visibilización de la desigualdad, un paneo del casco urbano que te permite verlo todo y nada a la vez. El turismo no está maquillado, como en otras partes. No hay autopistas subterráneas ni las zonas marginales se esconden de las vistas del turista.
Medellín ha sufrido un cambio estructural, y un gasto público que ha transformado la ciudad. El metro, el tranvía, los museos, las bibliotecas públicas, la recuperación de espacios. En definitiva, todo un cambio estructural y discursivo que intenta integrar a los ciudadanos dentro de la actividad cultural, apropiarse de lo que es suyo, la ciudad. La Fiesta del Libro y la Cultura celebra precisamente eso, y lo consigue: 500 mil visitas en cinco días de feria; más de 200 mil ventas de libros; movimiento incesante entre todos los espacios de la Fiesta; gente leyendo por los rincones o tirada en el pasto. Una fiesta a la que están todos invitados, y que tiene que seguir celebrándose por muchos años más.