Apuntes del encuentro con Ana María Machado

8 Junio 2018

Ante un auditorio entusiasta y conocedor de su obra, se llevó a cabo el martes pasado el esperado encuentro con la escritora brasileña Ana Maria Machado. En una conversación amena y profunda, Mónica Bombal condujo a la autora por distintas facetas de su trayectoria y de la creación literaria para niños y jóvenes. Para los que no pudieron asistir, y para los que quieran recordar algunos de los puntos más relevantes, recreamos aquí parte de la entrevista, en una versión adaptada que esperamos disfruten.

Ana Maria Machado es una autora que se mueve en distintos ámbitos y que ha estado presente en toda la cadena del libro: ha sido escritora, librera, investigadora, académica y, sobre todo, ha sido una muy buena lectora. Sin embargo, cuando uno mira su carrera, hay una faceta que no aparece: a pesar de que tiene formación como pintora, no ilustra. Ana María, ¿por qué nunca pensó en ilustrar?

En realidad, creo que nunca tuve ninguna voluntad de ilustrar. Mi marido, mis hijos, todos me dicen “tú deberías hacerlo”, pero no quiero, y por una razón que para mí es muy clara y muy sencilla: mi pintura no es narrativa. Lo que me apasionó y expuse fue pintura abstracta. De alguna manera, creo que en ese momento (fines de los años 60) estaba en un cruce, pero no me había dado cuenta. Estaba por primera vez en mi vida muy inmersa en palabras. La primera historia para niños que hice fue en 1969, por encargo de una revista, pero también estaba escribiendo una obra teórica de crítica literaria. Creo que en el mismo momento en que el arte conceptual llegaba a las artes plásticas, yo estaba empezando a tener otras inquietudes. Y decidí que tendría en primer plano a las palabras. Seguí pintando, hasta hoy tengo en mi oficina una pieza con la computadora y otra con pinturas, pero no tengo ninguna necesidad de exhibir lo que hago, ni contar una historia con colores y formas.

¿Y cómo enfrentó el desafío de escribir para niños después de haberlo hecho para adultos?

Mientras escribía para adultos me llegó el encargo de hacer una historia para niños. Iban a publicar una nueva revista en Sao Paulo, Recreio, que tuvo mucha importancia en el desarrollo de la literatura infantil brasileña. Cuando me llegó el encargo, hice lo que todos hacemos: escribí lo que yo pensaba que debía ser un cuento para niños. Entonces, la editora de la revista, Sonia Robatto, me lo devolvió y me dijo: “Esto es un horror. Te conozco, tú puedes hacerlo mejor. Yo no quiero que escribas lo que tú crees que debe ser un cuento para niños, sino lo que puedes hacer”. Era verdad, yo jugaba con mi hijo en casa inventando historias, pero no fue eso lo que hice. Entonces decidí escribir sobre las batallas que teníamos a diario: el baño y hacerlo dormir. Escribí la historia de un patito que no quería meterse en el agua, y ese era el juego que yo hacía con mi hijo. La revista me pidió más cuentos. Antes, yo estaba metida en dos registros de lenguaje muy específicos: el periodismo y la crítica académica. Uno tenía un lenguaje de objetividad dirigido a contar la noticia, los hechos, sin ninguna intromisión subjetiva, y por otra parte, el lenguaje del ensayo académico exigía mucha exactitud, era muy árido. Me fascinó la posibilidad y el reto de una creación de calidad literaria en un lenguaje aparentemente sencillo, coloquial y familiar con mucho significado.

En sus libros está muy presente la mirada del niño. ¿Qué ha pasado en el tiempo con su idea de la niñez? ¿Cómo mira hoy la infancia?

Mi relación con los niños es intensamente afectiva y de experiencia de vida. Yo soy la mayor de 11 hermanos, entonces siempre estaba ayudando a papá y mamá, contando cosas y leyendo. Tengo un hermano que es más joven que mis 3 hijos y ellos nacieron cada uno en una década. Tengo 19 sobrinos, que ahora me dieron 12 sobrinos nietos, y todos convivimos. Entonces yo nunca tuve grandes intervalos entre un niño y otro, mi laboratorio fue mi familia. Nunca dicté clases para chicos, pero nunca me alejé de ellos, siempre me mantuve muy cerca.

Hoy estamos en un contexto que le da mayor protagonismo a la infancia y a la voz de los niños. ¿Cree que ellos han cambiado?

Son cosas muy distintas: una es la colectividad y otra son los niños individuales. Lo que más importa en esto no es cómo cambiaron sino cómo son iguales. Yo encuentro en nietos o sobrinos cosas que recuerdo de mí y mis hermanos. El mundo cambió mucho, la sociedad y la historia cambiaron, pero todavía hay un niño que tiene miedo a la oscuridad, otro que envidia a su hermana. Esos dolores y alegrías fundamentales siguen igual, no sólo en un tiempo distinto sino en sociedades distintas. Yo tengo libros traducidos a otros idiomas y estuve en muchos países, y siempre me parece una maravilla cómo la gente es igual en todas partes, cómo es parecida. Hoy en día estamos más ocupados de las identidades, y esas identidades necesitan afirmarse, pero no podemos olvidar que somos muy semejantes.

Actualmente, cuando miramos el panorama de la literatura para niños en Latinoamérica, uno ve que hay ciertos temas que comienzan a tener protagonismo, temas que antes eran tabú. ¿Cómo ve ese panorama?

No puedo hablar de eso porque no conozco lo suficiente el tema. La historia de Brasil es distinta. Tuvimos libros sobre suicidio, abuso y política desde los años 70, muchos y de muy buena calidad. No llegamos a eso por estar en la moda. Lygia Bojunga, que ganó el Andersen en 1982, tiene un libro sobre abuso que se llama El abrazo, y otro sobre el suicidio llamado Mi amigo el pintor. Ruth Rocha tiene una tetralogía de reyes mandones que incluso fue citada en el Supremo Tribunal Federal de Brasil en una acción contra la censura. Ninguno de los escritores de esa generación venía de la pedagogía o de dictar clases a niños. No queríamos enseñar ni dar lecciones, pero todos estábamos en situación de censura en lo que hacíamos, y eso traspasó nuestra escritura.

El movimiento feminista ha tomado mucha fuerza y en Chile tiene un apoyo bastante transversal. Ese latido ya ha empezado a tener un correlato en la LIJ, especialmente con la publicación de una gran cantidad de biografías de mujeres destacadas. También encontramos algunas voces que dicen que no debemos leer cuentos de hadas a los niños porque están llenos de estereotipos. ¿Cuál es su visión de esos temas?

Las biografías de mujeres marcantes (sobresalientes) son bienvenidas, es un tema muy rico y muy necesario de explorar. Una vez más, nosotros tenemos muchos libros de este tipo que hemos hecho a lo largo del tiempo. Faca sem ponta, galinha sem pé es un libro de Ruth Rocha que debe ser de comienzos de los años 80. Su título viene de un proverbio portugués que sirve para separar, para decir que en una fiesta hombres y mujeres se sientan acá y allá, que hay trabajos para unos y para otros. La historia está basada en la superstición de que si pasas debajo de un arcoíris, cambias de sexo. Los protagonistas del cuento pasan, y el niño se vuelve niña, y al revés. Es una de las historias mas ricas que he leído sobre el sexismo, tiene más de 30 años y es muy divertida. No es militante en el sentido de dar una consigna, pero hace pensar y reflexionar. Creo que ese es el camino de autores como Ruth.

Con respecto a los cuentos de hadas, creo que tienen una fuerza muy grande por el hecho de que fueron creados colectiva y anónimamente. Están hechos de muchos elementos que se van combinado a lo largo del tiempo y perduran porque hablan de cosas muy hondas, de lo que es ser humano. Un cuento como Piel de asno, por ejemplo, tiene acoso sexual e incesto. Al contarlo como un cuento de hadas no se está recomendando ese comportamiento, el ejemplo está dado por la niña que huye de eso, que debe usar la piel de un asno muerto, que es una cosa repugnante, pero ella es valiente, y lo hace. Tú puedes leer ese cuento mirando el acoso y el incesto, o puedes leerlo mirando el ejemplo de una salida para eso.

A propósito de esto último, voy a mencionar una historia que me gusta muchísimo: es un cuento de hadas reciente, de Marina Colasanti, que se llama La joven tejedora. Marina es una de las precursoras del feminismo, una de las más militantes desde siempre, y en su vida personal es un ejemplo de coraje. En el cuento, una muchacha pasa el día bordando en su bastidor paisajes y flores. Un día piensa que le gustaría tener un marido, y comienza a bordar un príncipe, que se vuelve tan real que sale del bastidor y la desposa. Después de un tiempo él empieza a darle órdenes, a decirle todo lo que debe hacer, hasta que ella decide tomar el bastidor y comenzar a deshacer. Es un cuento de hadas, y no es una consigna.

Has sido siempre muy enfática en decir que la mediación se da cuando hay contagio, cuando alguien es capaz de transmitir el amor por los libros. Hoy, en el contexto más tecnológico, donde el uso de redes sociales está cambiando las maneras de relacionarnos, ¿cómo crees que se puede dar ese contagio?

Siempre hubo una gran cantidad de maestros lectores con excelente vocación que fueron discriminados o perseguidos por la directora, por la secretaría de educación, porque estaban perdiendo el tiempo con eso… Muchas veces no tenían oportunidad de desarrollar esa vocación de manera multiplicadora en la escuela. Con Internet ellos hacen una clase y todos pueden verlo por el video. Creo que esa posibilidad de una mediación multiplicada es muy interesante.

He sido muy enfática en decir que quien no sabe nadar, no puede enseñar a nadar. Quien no lee, a quien no le gusta leer, no puede enseñar a leer. Una vez, en un encuentro con maestros en Montevideo, la primera pregunta de una profesora sobre un libro mío para jóvenes fue: ¿Cuántos personajes tiene? Yo me quedé muda, no sabía qué decir. Para mí es un ejemplo de lo que uno no debe hacer. Puede que ella sea una teórica, y quizás deba ir a un lugar donde pueda estudiar lo que quiera sin contacto con adolescentes, porque es imposible que ella respete lo que un libro puede dar a un chico de 12 o 13 años. Yo creo que el mediador, que es fundamental, tiene que ser lector.

Quiero terminar con una anécdota: Hace varios años estuve en México, en una ciudad cercana al DF. Visité una escuela y después de hablar mucho con los niños, uno quiso hacerme la pregunta final. Dijo: “¿Cuántos años tienes?”. “62”, le contesté. Y el niño respondió: “¿Y cómo puede una vieja de 62 años que vive en Brasil saber exactamente lo que pasa dentro de un niño de 12 que vive en otra parte?”. Y eso es literatura. No es sólo la lectura del mundo, es la lectura del mundo transformada por el lenguaje, capaz de llegar adentro de cada niño.


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