Apuntes de Filbo 2017: la feria, la lluvia y el librero

Por Lola Larra

11 Mayo 2017

Nada más impredecible en Bogotá que el tiempo. Al frío y la lluvia pertinaz se sucede en minutos un cielo despejado y un sol luminoso. La bipolaridad frío-calor, seco-mojado puede con la paciencia de algunos mientras hordas de buses y autos recorren la ciudad de un extremo a otro, de sur a norte por las Carreras y de este a oeste por las Calles, armando a cualquier hora y en cualquier lugar el temido “trancón”. Bogotá es humo, casi tóxico, que se deposita en la garganta como una bola de sebo. Bogotá es neblina dispersa y cielo gris, andino. Bogotá es el ladrillo de las construcciones del arquitecto Rogelio Salmona, esos edificios emblemáticos que sirven de brújula a nativos y turistas. Desde el pequeño Museo de Arte Moderno hasta las imponentes Torres del Parque que coronan la antigua Plaza de Toros y que se funden con la montaña, en todo Bogotá destaca la marca del ladrillo rojo y ocre. Mientras el Museo Nacional exhibe su monumental estructura de antigua cárcel junto al barrio colonial de La Candelaria, allí donde se come el mejor ajiaco de la ciudad; en los barrios de La Macarena, Teusaquillo o La Soledad, los cafés se llenan por las tardes y las pequeñas librerías reinventan maneras de promocionar la lectura. Pero Bogotá es, sobre todo, gente culta y amable, siempre con un cariñoso vuestra merced en los labios.

Bajando por la Calle 26, camino al aeropuerto, uno se topa con el gigantesco recinto de Corferias (¡51 mil metros cuadrados!), donde la Feria Internacional del Libro de Bogotá celebró su 30 aniversario del 25 de abril al 8 de mayo. Una programación apabullante y bien articulada, autores de lujo (Richard Ford, J.M. Coetzee, Enrique Vila-Matas…), Francia como país invitado, y decenas de encuentros, charlas, mesas redondas y firmas de libros se sucedieron a largo de dos semanas. Pero también pasaron muchas cosas en otros espacios de la ciudad: esta vez los organizadores decidieron llevar a los autores también a librerías, bibliotecas públicas, colegios, plazas, o incluso a los originales PPP (Paraderos Paralibros Paraparques), una iniciativa de Fundalectura que funciona en 61 parques de Bogotá.

Celebrar, recordar

La consigna era festejar y conmemorar, y por eso se pidió a los invitados que enviaran frases para aplaudir los libros y la lectura, o para celebrar lo que les diera la gana, en realidad: “Yo celebro el riesgo porque enseña a fracasar” (Mariana Enríquez, argentina). “Yo celebro la indefinición porque no me gustan las etiquetas” (Andrea Salgado, colombiana). “Yo celebro los errores porque son lo único cierto” (Emiliano Monge, mexicano). “Yo celebro la escritura porque es un acto de rabiosa felicidad” (Selva Almada, argentina). “Yo celebro la palabra porque construye memoria” (María Teresa Andruetto, argentina). “Yo celebro mi cumpleaños porque es una vez al año” (Gusti Rosemffet, argentino). “Yo celebro la infancia porque es el inicio de toda la fiesta” (Paloma Valdivia, chilena).

Sin embargo, en “los conversatorios” los temas recurrentes no eran demasiado alegres: la violencia y la guerra, la memoria y el olvido. Los colombianos resienten el plebiscito de octubre pasado y las noticias de asesinatos, bombas, represiones, violencia de género (pasados o recientes), circulaban por los pasillos y los entretelones, como un recordatorio permanente de que las cosas no están nada bien por la región. Ni en Colombia, ni en Argentina, ni en Brasil, mucho menos en la vecina Venezuela.

Valeria Luiselli y Emiliano Monge conversaron sobre el drama de la migración. Mariana Enríquez, Selva Almada y Andrea Salgado, sobre los femicidios. Edurne Portela y Gabriela Ybarra nos acercaron al conflicto de ETA en el País Vasco. Gilmer Mesa, Gloria Esquivel y Marbel Sandoval, a una infancia de violencia durante los peores años del conflicto armado en Colombia. Tantos muertos y tantas guerras.

Pero también hubo espacio para la paz y la esperanza. Como pasó en todo el ciclo de charlas “Palabras para la reconciliación”. Como en la presentación de las Bibliotecas Móviles como experiencias de paz. Como las reflexiones acerca de cómo reelaborar la violencia a través del arte. Como los varios análisis que presentó el Centro de Memoria Histórica. O el proyecto del futuro Museo Nacional de la Memoria, que tiene como objetivo conjurar la reparación simbólica de la guerra colombiana. O la charla de Richard Ford acerca de “cómo reinventar al alegría”. O el juguetón Daniel Mordzinski, “el fotógrafo de los escritores”, disparando su cámara para hacer sus reconfortantes fotinskis.

Como en toda feria que se precie, no faltaron controversias. La visita sorpresa del presidente Santos colapsó la feria durante toda una tarde y caldeó los ánimos de aquellos ponentes que se quedaron sin público, y del público que se quedó sin autor porque cruzar de un lado a otro de la feria era imposible a causa de los dispositivos de seguridad.

Pero tal vez la más esperada de las polémicas era la selección de los Sub 40: la lectura de la lista Bogotá39-2017 o los mejores escritores latinoamericanos menores de 39 años, no dejó a nadie indiferente. Hace diez años sucedió lo mismo cuando el Hay Festival hizo la primera selección. Y esta vez muchos pusieron reparos a la hecha por Darío Jaramillo, Leila Guerriero y Carmen Boullosa. En la lista, que incluye a Liliana Colanzi, Diego Zúñiga, Giuseppe Caputo o Samanta Schweblin, tal vez no sobra nadie, pero faltan algunas. De Chile, por ejemplo, ninguna mujer.

Celebrando la LIJ

Una buena y gratísima sorpresa fue que el pabellón de Francia (enorme, rojo, transparente) estuviera casi enteramente dedicado a la literatura ilustrada: “Un homenaje a la literatura infantil y juvenil porque ellos son el presente y el futuro de la lectura, y una declaración de amor a la novela gráfica y al cómic que lograron la unión del texto y de la imagen, de la literatura y el arte”, como explicaba la comisaria Anne Louyot. Una exposición del comiquero Killoffer, una boulangerie, libros en francés y traducciones de autores franceses hechas por editoriales españolas y latinoamericanas dispuestas en amplias estanterías para goce y disfrute de las 550 mil personas que visitaron la feria.

Y qué agrado que las secciones FILBO Niños y FILBO Jóvenes tuvieran una nutrida e interesante sucesión de encuentros para celebrar muchas y variadas cosas. Celebrar los cuentos de hadas (con las autoras María José Ferrada, Marina Colasanti y Yolanda Reyes), celebrar la ilustración (con Isabel Hojas, Gusti Rosemffet e Ivar Da Coll), celebrar la literatura infantil que no se deja encasillar (con María Teresa Andruetto, Sara Bertrand y Yolanda Reyes), celebrar sin temor la autobiografía (con Maliki, Amalia Andrade y Sofía Rhei), celebrar otras muchas formas de leer (desde los encuentros con booktubers hasta los talleres de lectura en Braille o la poesía en lengua de señas), y también, cómo no, el desafío de convertir el dolor y la violencia de la guerra en Colombia en literatura para niños (con Irene Vasco y Albeiro Echavarría).

A pesar de que el pabellón infantil sea una mezcla informe de libros con juguetes y material didáctico de dudosa reputación, ahí estaba el stand de la querida editorial Babel para darnos un norte, y a María Osorio, la editora más premiada de la temporada, para guiarnos por una feria que más parece un zoco marroquí que una exposición: pabellones de todos los colores y tamaños, enrevesados pasillos, saldos mezclados con novedades, editoriales independientes junto a librerías cristianas… Entre todo el desorden destacamos los stand de las editoriales independientes colombianas (Laguna, La Silueta, El Peregrino, La Madriguera del Conejo…), que se agrupan en una esquina, la excelente selección de la zona de los Libreros Independientes ACLI, y el agradable stand de la revista cultural Arcadia. En todos ellos, siempre un librero atento, cultivado y muy buen conocedor de esos libros que estaba vendiendo.

Y entre todo el apabullante calendario, buenas noticias, como el lanzamiento del tercer libro de la emergente editorial colombiana-venezolana Cataplum, una recopilación de relatos de Triunfo Arciniegas titulada Cuando el mundo era así. O las novedades de Rey Naranjo, que se lanza ahora a la narrativa para adultos con una colección de títulos exquisitamente diseñada. O el libro La poética de la infancia, de Yolanda Reyes, publicado por Luna Libros. O el Maletín de Relatos Pacíficos, un proyecto fascinante que reúne en una hermosa caja historias de jóvenes relatores afrocolombianos.

Chile en FILBO

Como ya parece ser norma y no excepción en las ferias internacionales, un nutrido grupo de ilustradores, escritores, editores, periodistas y agentes chilenos visitaron la Feria de Bogotá, arropados por el CNCA, la DIRAC y Prochile. El stand de Chile ofrecía una buena selección de la producción editorial chilena y los autores chilenos tuvieron una participación destacada por la prensa colombiana. De Gabriel Ebensperger a Maliki, de Paloma Valdivia a Alejandra Costamagna, del poeta Carlos Cociña a Camila Gutiérrez o Paulina Flores… muchos autores pudieron dar a conocer sus libros al muy respetable y crítico público colombiano, tanto dentro de la feria como, lo mejor de todo, en colegios, librerías y bibliotecas de toda la ciudad.

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