Taller de narración oral en la biblioteca pública de Estación Central

Por Pablo Álvarez, editor de Ekaré Sur

La lectura tiene en esencia dos momentos: uno de carácter privado, particular, silencioso, el de la lectura personal; y otro más público, si se quiere, expuesto y compartido, el de la lectura grupal. Ambos son importantes, sin duda. En esta oportunidad hablaremos de la segunda experiencia.

Un taller muy especial

El primer sábado de octubre hicimos, junto al colectivo Rizoma Intercultural, un taller de narración oral en la biblioteca pública de la Municipalidad de Estación Central. Niños y niñas de 4 a 12 años que participan todos los meses en las actividades que el colectivo imparte, fueron con entusiasmo junto a sus padres, madres, cuidadores. No sabían muy bien a qué iban. ¿Narración oral? Les sonaba un poco por las actividades que algunos tienen en las escuelas o en la misma biblioteca.

Lo primero que hicieron al entrar, sin embargo, fue instalarse en los sillones, revisar las estanterías, tomar los libros. Del silencio inicial de una biblioteca habitada solo por libros inmóviles, pasamos en unos minutos al ruido, al murmullo de la biblioteca con vida, con libros circulando, con niños y niñas alimentando su curiosidad de conocimiento, de encanto. Al fondo, un muchacho sentado en un sillón tenía entre las manos Animales americanos de Loreto Salinas. Lo revisaba concentradamente y de vez en cuando compartía algunas páginas con su tío. Cuando fui a saludarlo estaba en una página con animales colombianos. Los conocía todos. Mientras, los más pequeños jugaban con bloques y construían torres, y otros pasaban las páginas de sus libros favoritos. La biblioteca tenía ruido y vida.

Cuando vieron el teatrito de madera empezaron las dudas. ¿Qué será? ¿Un teatro de sombras? ¿Una función de títeres? La sala seguía ruidosa. Les pedimos que se sentaran cómodos alrededor del teatrito, que pusieran atención en la historia que les contaríamos, que había personajes importantes y que los vieran bien, porque después les tocaría a ellos crear su propia historia. Ahí fueron acomodándose uno a uno, pero el murmullo y la curiosidad continuaban. Al momento de abrir el teatro, sin embargo, el ruido comenzó a decaer. Los espectadores miraban con curiosidad la lámina inicial de El Sol, la Luna y el Agua. Los más grandes, los que estaban aprendiendo a leer, intentaban descifrar el título, mientras otros miraban los personajes con detención. En un momento el murmullo le fue dando espacio al silencio y de pronto todos estaban pendientes de lo que pasaría en ese lugar.

 

Comienza la función

Concentrados en los tres personajes, los espectadores iban siguiendo la historia, reconocían estructuras, la negativa de la Luna, los esfuerzos del Sol por invitar a su amiga el Agua. Luego, con emoción vieron cómo el Agua llenaba la casa de sus amigos con su gigantesca familia. El cuento tiene ritmo y los pequeños espectadores lo iban identificando. Al terminar la historia, tuvimos tiempo de conversación. ¿Qué fue lo que más les gustó de este cuento? ¿Qué les llamó la atención? ¿Hay algún personaje que les haya gustado más? ¿Qué les pareció la familia del Agua? El diálogo fue fluido y muchos eligieron a la Luna como su personaje favorito.

Pero estos lectores voraces querían más historias. Por suerte teníamos preparada la lectura de La otra orilla, de Marta Carrasco. Las puertas del teatrito se abrieron de nuevo y las miradas se posaron todas en la niña de la portada, que invita con alegría a leer el cuento. La otra orilla es un relato de un ritmo distinto, más pausado, más contemplativo. Se podía sentir cómo todos los espectadores, grandes y pequeños, se conmovían con el relato. Llegó el final y los aplausos, se cierra el teatro, por el momento. Y vino la conversación. A los niños les gustó el personaje de Graciela, su valentía de cruzar el río; les pareció graciosa la familia desordenada de pelos rubios. De pronto veo que Cristian le comentaba algo a su tío tapándose con su libro de animales americanos. Le pedimos que lo comparta con el resto. No nos esperábamos lo que vino a continuación: “Es una historia para niños representando muy bien el racismo, que antes los negros no podían estar con los blancos. Me recuerda mucho eso. Pero el cuento dice que no importa ni el color, ni la raza: al final, todos somos iguales”. Cristian, que tiene 12 años, sacó más aplausos que el cuento mismo.

 

Manos a la obra

Los niños y niñas querían escuchar más cuentos, pero tendríamos que esperar para eso, porque ahora serían ellos mismos quienes hicieran sus propios cuentos: en cuatro hojas tamaño carta (un formato amigable para sus manos pequeñas) debían contar una historia que luego sería compartida con el resto de la audiencia. ¡Todo un desafío! Las instrucciones son sencillas:

  1. Piensen en un personaje. Ese personaje aparecerá en la portada de su historia (Lámina 1).
  2. A ese personaje le debe pasar algo, una dificultad (Lámina 2).
  3. A través de una acción, el personaje resuelve su problema (Lámina 3).
  4. Y dejamos espacio para un final (Lámina 4).

No tuvimos más que decir estas mínimas instrucciones para que todos se pusieran manos y lápices a la obra. Sortearon sin dificultad el terror a la página en blanco. Tan habituados están a las historias, a los relatos, que pensar en uno no significó mayor dificultad en ellos. ¿Por qué entonces los adultos tenemos esa paralizante relación con la página en blanco, si estamos hechos de historias?

Los más detallistas tomaban mucho tiempo en terminar la portada. Iban con delicadeza de experto completando sus personajes, delineando el título, alimentando de detalles los fondos. Valeria usaba con precisión su lápiz grafito para luego, con un tiralíneas, dibujar sobre lo ya hecho. Después con la goma de borrar perfeccionaba su dibujo. “¿Dónde aprendiste a dibujar así?”, le pregunté. “Veo videos y aprendo”, me respondió sin despegar la mirada de su trabajo.

Los temas más recurrentes fueron personajes, animales u objetos perdidos: un oso perdido en medio del bosque que encuentra en un mapa la forma de volver a su carpa; un patito que se aventuró a nadar en el agua, cuando una tormenta lo hizo perderse, pero el sol lo guio de vuelta a su hogar; el chupón de la Lisi, una bebé que lloraba sin consuelo, pero que con ingenio su hermana mayor soluciona su problema. También hubo espacio para disfraces de heroicos personajes; aprendizajes de pequeños narcisos; concursos de belleza; un paseo por el cerro el Ávila, en Caracas, que sacó sus dientes para no ser intervenido por la modernidad que arrasa con lo natural; y un perfecto tour por los lugares más bellos y los paisajes naturales más impresionantes de Colombia. Todo ilustrado con destreza por sus manos y la ayuda de los adultos. Se trataba de un gran taller colectivo donde se pasaban hojas, lápices, recomendaciones, consejos de un lado a otro de la gran mesa que todos compartimos.

 

Pequeños narradores, grandes creadores

Pero quedaba la prueba final. Uno a uno, los pequeños narradores fueron practicando y depurando su estilo de contar: se acercaban a la mesita baja, aún sin público, y practicaban su historia; mientras yo pasaba las láminas ellos iban relatando su cuento. Los más tímidos pensaban que no podrían hacerlo cuando llegara el momento decisivo. Los más confiados aprovechaban de afinar sus técnicas de narración oral. Todos se iban relajando un poquito, para esto sirve mucho la respiración, mover los brazos, dar pequeños saltos o incluso caminar en círculos. La función definitiva estaba a punto de comenzar.

Les pedimos a todos los asistentes al taller que se volvieran a poner cómodos en los sillones, sillitas y cojines que había en la biblioteca. Todos volvieron, esta vez con respeto y solemnidad: íbamos a escuchar las historias que ellos mismos habían creado. De a uno fueron pasando. Alejandra fue la primera y nos contó la historia de “La gallina fea”, una gallina de la que todos se burlaban pero que un día logró cambiar su suerte; Alejandra contó con gracia y personalidad frente a todos. El pequeño José, de tan solo 4 años, nos contó la historia del patito que se perdió. Pensó que no lo lograría, estaba nervioso, pero sorteó sus miedos con éxito y terminó sacando grandes aplausos de la exigente audiencia cuando el patito logró volver a su hogar. Los otros dos José también contaron sus historias con algo de nerviosismo, pero muy conocedores del relato. Pedro contó con seguridad la historia de un niño que se quería mucho y aprendió a querer a los demás; María Fernanda, narradora innata, cautivó a toda la audiencia con su destreza para contar la historia del chupón perdido; Marcelo se aventuró con una elaborada historia de audaces disfraces; y Cristian nos hizo un fantástico paseo por Colombia, una tierra creada por los dioses. Si hasta Antonia, del colectivo Rizoma Intercultural, nos cautivó con la historia de un bebé que aprendía a caminar.

 

Lo que nos queda

Los niños tienen una capacidad creadora inmensa. Es impresionante observar cómo no tienen ningún problema en inventarse historias y compartirlas con el resto, cómo sortean dificultades y son capaces de manejar situaciones complejas. Muchos de ellos, sin siquiera saber leer ni escribir, inventan un relato que tiene coherencia, estructura, un conflicto y un desenlace. Y lo cuentan con gracia, confianza y superando el nerviosismo de la exposición pública.

Agradecemos profundamente a la biblioteca de la Municipalidad de Estación Central, un espacio pequeño, y al mismo tiempo enorme, porque es la casa que acoge a estos niños y niñas que buscan ahí un lugar que les da confianza, que alimenta su curiosidad, que pone a su disposición estanterías abiertas para que tomen el libro que quieran. Es un hogar donde encuentran una bibliotecaria amable; unas voluntarias comprometidas y un colectivo que trabaja mes a mes en crear vínculos, tender puentes como en La otra orilla, entre quienes no han vivido quizás la violencia política y la migración forzada, y los que sí.

Esta es una biblioteca especial, que resiste y que acoge. Es una biblioteca donde los participantes de este taller saben que encontrarán un lugar seguro cada mes donde compartir sus experiencias, dialogar, jugar, leer, hacer comunidad. Donde Cristian, por ejemplo, puede consultar todos los libros que sean de su interés mientras no vaya a la escuela, porque a sus 12 años se le negó la posibilidad de ir. Porque llegó tarde al país, cuando ya no hay cupos disponibles, y nos llenamos la boca hablando de inclusión, mientras un curso entero se está perdiendo la posibilidad de conversar con alguien que tiene mucho que contar.

Espero que podamos seguir haciendo estos encuentros, tender estos puentes, escuchar lo que tienen los niños para contarnos.

 

*En el presente texto la forma masculina (ej. los niños) se utiliza únicamente por economía de lenguaje, sin ninguna intención de discriminación de género.

*Los nombres usados aquí están alterados, con el fin de proteger la identidad de los niños y niñas que participaron del taller.

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