Basada en un relato tradicional, La ronda de la zanahoria es el más reciente cuento para kamishibai de Ekaré Sur. Una versión de Nora Guillén que ambienta la historia en el sur de Chile y que gracias al trabajo de Sara Rodríguez aparece cargada de colores y expresividad.
Sara nació en Madrid en 1980 y estudió Comunicación Audiovisual en la Universidad Complutense. Trabajó en radio, en cine y luego en publicidad. “Siempre he admirado a las personas que tienen una vocación temprana, porque una vez que tienes claro tu objetivo, no hay más que ir a por él. En mi caso fue más difuso. Siempre me han gustado muchas cosas y tuve que ir probándolas para descartar y elegir”, recuerda.
¿En qué momento te conectaste con la ilustración?
Aunque a veces reniego de la publicidad, fue en esa época, cuando trabajaba como productora audiovisual en una agencia, que me pregunté por primera vez qué estaba haciendo ahí si en realidad mis habilidades eran más afines a la estética y la escritura. Uno de los creativos, Miguel de Unamuno (no es chiste, se llama igual que el escritor), dio un taller de ilustración para los trabajadores de la agencia. Era para los creativos, pero yo me colé y fue una sorpresa para todos. A partir de ahí inicié un camino nuevo que, por otras vueltas de la vida, me llevó a Chile.
Hoy me doy cuenta que siempre he querido contar historias, especialmente con imágenes. En un momento pensé que el cine era el camino, pero entendí que era demasiado complicado para mí. Aunque soy muy sociable, a estas alturas sé que me gusta trabajar en soledad con la posibilidad de interactuar con más profesionales. Así que la ilustración se acopló mejor a mi personalidad, o mi personalidad a la ilustración.
¿Qué te seduce del lenguaje visual? ¿Y de la ilustración propiamente tal?
Que te provoca, te engancha o te repele en un segundo. Y tanto si la sensación es de repulsión como de embriaguez, tienes que volver la vista de nuevo para saborearla, para tratar de entenderla o, simplemente, para dejarte encandilar.
Un punto de inflexión fue cuando, hace muchos años, leí por primera vez El árbol rojo de Shaun Tan. Parto de la base que soy demasiado sensible, pero las ilustraciones de ese libro me abofetearon página tras página. Nunca me había pasado algo así. En general siempre había disfrutado la belleza de las imágenes, o la vertiente más cómica del ilustrador, pero era la primera vez que una historia con imágenes me decía “despierta de una puñetera vez”. Al poco tiempo, dejé la publicidad.
La ronda de la zanahoria fue tu primer desafío creativo. ¿Cómo llegaste al concepto final de los collages?
Fue el primer desafío creativo en el terreno de la ilustración, pero no a la hora de narrar. Lo divertido es que odiaba el collage. Me parecía una técnica muy aburrida; una mezcla entre mensaje de asesino en serie impersonal y actividad extraescolar. Pero lo cierto es que en un taller con Montt y Olea hicimos un ejercicio de recortes con texturas hechas con tintas, y los resultados fueron sorprendentes. Primero, porque solté miedos por crear algo relativamente “bueno” en tan breve espacio de tiempo y, segundo, porque los colores y texturas que salieron resultaban atractivos. Me di cuenta que podía crear personajes y atmósferas de una manera muy diferente. Fue un vuelco de perspectiva.
¿Cómo fue el proceso de creación de las láminas?
Con La ronda… hice tres maquetas a grafito y pinceles acuarelables, e incluso una con una selección de hojas reales de mis macetas.
Pasó un tiempo y, entremedio, hice el taller. Un día probé a hacer el personaje de la zanahoria con la técnica del collage. Y me gustó. Resultaba vibrante porque se creaban volúmenes con los recortes superpuestos. Se lo enseñé a Verónica Uribe y me dio el visto bueno para seguir probando. Como yo estaba un poco preocupada con el color de los personajes (chinchilla, pudú, chingue y zorro eran muy similares… marrones, ocres, pardos, negros) me dieron muchas ganas de meterles más color para que fueran más expresivos, aunque no se ajustaran a la realidad. Quizás hayan quedado un poco psicodélicos pero estoy contenta con el resultado. Y aunque en principio esta técnica solo la iba a aplicar a los personajes, terminó abarcando la ilustración completa. Todos los elementos son hechos a mano, recortados, escaneados y montados en digital. Laborioso, sí, pero muy entretenido.
¿Qué significado tiene este cuento para ti?
Para mí este cuento es el mejor regalo que me han hecho Verónica (Uribe) y Claudia (Larraguibel) en mi carrera profesional. Desde hace años quería ilustrar pero simplemente no me atrevía. Si no llega a ser porque un día, cuando le enseñé a Verónica la primera maqueta, que hice solo para visualizar mejor el cuento, ella me propuso que lo ilustrara yo, quizás nunca me hubiera atrevido. No solo eso, si no que me tuvieron una enorme paciencia. Siempre andaba tomando otros proyectos profesionales además del trabajo en la editorial (Sara fue editora en Ekaré), lo que me hacían tener menos tiempo. Hasta que un día decidí dejar todo y darle la prioridad a las ilustraciones.
Por tanto para mí fue un reordenamiento de prioridades, de voluntades y de satisfacciones. Y encima un excelente broche de oro para mis siete años en Chile en el que me acompañaron un montón de seres queridos.
Acabas de regresar a España tras vivir muchos años en Chile. ¿La ilustración está entre tus planes para el futuro?
Claro que sí. La idea ahora es continuar. Voy a seguir vinculada a otros proyectos editoriales y audiovisuales, como el doblaje de series de animación (algo que dejé a medio camino cuando me fui a vivir a Chile y que también descubrí gracias a la agencia), pero la idea es seguir ilustrando todo lo que pueda.