María de la Luz Uribe: Mirar desde lo alto

Por Isabel Molina, editora e investigadora

A 25 años de su partida, rememoramos la obra de una autora que invitó a descubrir el lenguaje desde el juego. Su obra comprende historias que se plasmaron en la literatura, la música y el teatro.

“La rima me sale. A mí me recitaban de chica y me aprendía los versos”. Así explicaba María de la Luz Uribe a la prensa chilena, en 1990, la característica musicalidad de su escritura, con la que dio vida a historias divertidas, profundas y conmovedoras. Una obra compuesta por una veintena de libros para niños y niñas publicados en distintos países, pero que también incluyó ensayos para adultos, traducciones, obras de teatro y canciones. En definitiva, una autora curiosa y reflexiva cuyo destacado lugar en la literatura chilena sigue sin ser reconocido.

Se formó como Educadora de Párvulos en la Universidad de Chile y posteriormente realizó estudios sobre pedagogía Montessori en Italia. Deslumbrada por la cultura del país, a su regreso se dedicó a la investigación y publicó trabajos como La comedia del arte (1961) y el ensayo Cesare Pavese (1966), publicados por Editorial Universitaria, y colaboró con Pablo Neruda en la traducción de Romeo y Julieta. Su camino por la literatura infantil aún no comenzaba y no fue hasta después de su matrimonio con el dibujante Fernando Krahn que experimentó con los versos infantiles. Esta tarea fue para ella un reto constante, que se nutrió de su formación y aprendizajes. “Escribir para niños es más difícil que para grandes. En realidad, es como otro nivel, ni mayor ni menor, solo distinto. Se requiere saber bastante de Literatura general y buscar mucho”, señaló en 1987 a la prensa.

Esa búsqueda dio frutos en libros entrañables ilustrados por su gran compañero de trabajo y de vida. Los dibujos de Krahn y los versos de Uribe se complementan en un humor desbordante, en el que la fantasía y el absurdo son terreno fértil para personajes algo desvalidos pero encantadores, que usualmente se enfrentan a sí mismos y a la adversidad hasta lograr sobreponerse a ella.

Por ejemplo, en Doña Piñones—historia publicada originalmente por Quimantú en 1973 en la colección Cuncuna y actualmente en Ekaré—, la protagonista, una señora de edad que vive en el campo y que tiene fuertes aprehensiones hacia prácticamente todos los fenómenos naturales, encara sus temores y aprende a vivir de otra manera con ellos. Al principio de la historia Doña Piñones tiene miedo; ese miedo que todo niño y niña conoce y vive a diario: los ruidos de la noche, las voces que no reconoce o los extraños. Uribe demuestra en este libro su conocimiento y cariño por la infancia al explorar un tema universal sin aleccionar.

En la misma línea, el pájaro previsor de El viaje debe aprender a deshacerse de sus temores y sus posesiones materiales para volar más ligero, y en Historia del uno, este número se lanza a buscar un compañero enfrentando su soledad y los prejuicios.

Sobre esa noción de enfrentamiento la autora también reflexionó en una entrevista con la periodista Graciela Romero en la que explicó: “Nadie se preocupa de llenar esa inmensidad de imaginación que los niños poseen, y que ellos están deseosos de poblar de seres que les sean amables, buenos, graciosos… y también malos y mal intencionados, para enfrentarlos con los buenos y lograr que estos últimos triunfen”. Una idea sobre el antagonismo que, probablemente, comenzó a incubarse en su trabajo en el teatro infantil, donde adaptó la obra Pedrito y el Lobo de Prokófiev, además de realizar textos dramáticos y talleres.

Sus versos se convirtieron también en canciones, primero gracias a la colaboración con Charo Cofré en el disco Tolín, tolín tolán (1972), y después con Tikitiklip. No estuvo ajena tampoco a la animación lectora a través las charlas y presentaciones en colegios y sabía muy bien qué se publicaba tanto en España como en Chile. Su versatilidad, curiosidad por las posibilidades del lenguaje y la seriedad con que encaró su oficio de escritora para niños y niñas la sitúan en un lugar único de la literatura infantil nacional.

La conmemoramos leyendo sus libros, pero también sus reflexiones sobre el arte de narrar, porque su respeto por los más pequeños fue sin duda un motor para crear y publicar: “La literatura para niños puede ser muy valiosa en sí misma si está bien hecha, el pequeño es mucho más inteligente que el adulto, la educación lo va limitando y enmarcando”, manifestó a El Mercurio en 1990. María de la Luz Uribe desafió esos límites y propuso un mundo de personajes que más temprano que tarde se subirán a mirar desde lo alto, tal como hizo Doña Piñones.

María de la Luz y Fernando Krahn.

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