“Los pequeños cristaleros”, de Bernardo Bello y Antonia Roselló, se presenta de entrada como un libro muy bien trabajado en cuanto a diseño, tipografía y estética. Un título cuidado desde el punto de vista editorial, como es sello de Ekaré Sur.
Es muy valorable que la historia rescate un suceso histórico protagonizado por niños y niñas, tema que ha sido tratado en otras oportunidades en la literatura infantil latinoamericana. Pienso, por ejemplo, en el libro “La calle es libre” (Ekaré, 1981), de Kurusa y Monika Doppert. En ese libro, los pequeños protagonistas exigen una plaza de juegos; una historia basada en una experiencia de los niños de San José de La Urbina, un barrio pobre de Caracas.
También el libro que hoy presentamos recuerda “El niño que subió la escalera”, de Claudio Aguilera y Gabriela Lyon (Ediciones Biblioteca Nacional, 2023). El niño protagonista es un suplementero de los años 20 que sube los peldaños en la escala social a medida que entra al mundo de los libros, pues conoce la sala infantil de la Biblioteca Nacional de la mano de la joven bibliotecaria. El libro retrata la sociedad de Santiago en esa época a la vez que registra el caso histórico de la inauguración de esa sala infantil, y de paso la vida de un niño analfabeto que aprende a leer superando la pobreza a través de la educación.
En el caso de “Los pequeños cristaleros”, los protagonistas de la historia son los pequeños niños y niñas que trabajan en la fábrica de cristales La Nacional y que exigen mejores jornales. Las condiciones de trabajo son precarias. Nadie se ocupa de esos niños y niñas que sufren castigos físicos y pasan sus días en un ambiente de miseria y desigualdad social. La historia está llena de sucesos como este, pero a menudo la historia oficial no se ocupa de acontecimientos en los que han participado los niños. Por suerte hay investigadores que sí lo han hecho, como el historiador Jorge Rojas Flores que escribió “Historia de la infancia en el Chile republicano (1810-2010)” y más específicamente “Los niños cristaleros: trabajo infantil en la industria. Chile, 1880-1950”. Esta investigación inspira a los autores para crear este bello libro de tapa dura con ilustraciones basadas en fotografías de la época, concretamente de 1925, cuando había también trabajo infantil en imprentas, talleres, fábricas de pastas, cerámica y alfarería.
En esta época, cientos de niños pululaban en el centro de Santiago como lustrabotas. El alcalde de la comuna, José Enrique Balmaceda Toro, hijo del presidente José Manuel Balmaceda, escribe en la prensa: “Es triste el espectáculo que ofrece una verdadera plaga de muchachos harapientos que ejercen impunemente la actividad de lustrar zapatos a los transeúntes alrededor de los principales paseos públicos de Santiago”. Los niños no eran tomados en cuenta y vistos con desprecio por el mismo alcalde de la ciudad que quiere erradicarlos por resultar molestos a la vista.
La ilustración de portada sintetiza el momento en que estos niños valientes deciden organizar la primera huelga infantil, exigir mejores jornales y que se les preste atención. La ilustradora Antonia Roselló se ha preocupado de retratar también la ciudad y sus habitantes, en este caso, los edificios, carruajes, los letreros de las tiendas, las propagandas pegadas en las paredes y los perros callejeros; también la vestimenta de los transeúntes, sus sombreros y corbatas, de los más elegantes y los políticos, y los ponchos y canastos de los personajes populares, por lo que el libro es también un documento visual de las clases sociales de la época.
En las guardas vemos botellas, chuicos, garrafas, vasos, libros y calzado en tonalidades delicadas. Las ilustraciones interiores también documentan la vida al interior de la fábrica de vidrios: conocemos los distintos oficios que desempeñaban los niños y cómo era el ambiente. Aparecen los sopladores, los archeros, los aguateros, los molderos, los colateros. La madre y la niña protagonistas son tejedoras “del mimbre pálido de las damajuanas”. Las cuidadas ilustraciones documentan también otros oficios populares: la vendedora de sopaipillas, el verdulero, el cartelista.
Antonia Roselló es una autora con experiencia en la creación de libros infantiles y con intereses también en la historia. Es la autora de “Papá rockero” (SM) y Las palabras de Kensia (SM). Bernardo Bello es profesor de Historia y Ciencias Sociales. Ambos han logrado sintetizar la idea de la demanda social infantil con un lenguaje claro y directo. El argumento nos va dejando pistas para que el lector construya las historias laterales esbozadas. Vemos la unión de la madre y su hija, pero no vemos al padre. Conocemos la casa donde viven y el amor que se profesan. A la vez, somos testigos de los primeros sentimientos de amor infantil, de las primeras miradas que se cruzan en la fábrica de vidrios, y del afecto de la niña y el joven cuando están juntos compartiendo alrededor de una mesa.
El libro nos habla de la necesidad de educación y del poder de la unión de las personas, más significativo aun cuando viene de parte de la infancia. La niña protagonista es testigo de una forma de vida injusta y tiene la capacidad de analizar y comprender que hay niñas que van a la escuela y otras que deben trabajar.
En una escena vemos a los niños en la marcha de protesta y, al mismo tiempo, vemos en la vereda a una madre con un niño bien vestido que simplemente miran sin tomar partido. Así vemos que en la sociedad unos niños demandan por mejores condiciones de vida, en tanto que otros tienen educación, ropa y calzado.
Textos e ilustraciones se van complementando en la historia y van dialogando entre sí, para que el lector complete e interprete. Libro necesario que se presta para ricas conversaciones literarias con niños y jóvenes con la intervención de un mediador de lectura. Creo que “Los pequeños cristaleros” es un aporte a la literatura infantil chilena, tanto desde el punto de vista del tema, como de su tratamiento literario y estético.