Después de la muerte de su abuela, Concepción debe abandonar la granja donde creció para trasladarse a la ciudad. Sola y sin un lugar donde dormir, se encuentra con un grupo de niños de la calle con quienes comparte su única pertenencia: un atado de maíz, frijoles y ají. Juntos aprenden que un puñado de semillas puede significar algo más que comida.