Nadie en el pueblo sabía que al rey le faltaba una oreja; excepto, claro, el viejo barbero de palacio que un día, de tan viejo, enfermó y murió. El rey tuvo que buscar un nuevo barbero al que le exigió absoluto silencio… Pero no sería el joven barbero, sino una linda mata de caña, la que pondría en aprietos al rey.