Por Vicente José Cociña, dibujante y escritor
La historia, basada en uno de los relatos del libro Las Metamorfosis, de Ovidio, nos cuenta cómo Filemón y Baucis, un par de ancianos que viven entre dos grandes montañas, acogen a un caminante que no ha recibido cobijo en ninguna de las casas del pueblo. De manera desinteresada y hospitalaria, lo invitan a entrar en su hogar. De ahí en adelante la historia continúa, pero siempre conserva una atención especial a los hechos cotidianos y las acciones sencillas, por más fantásticas e increíbles que puedan ser las cosas que acontecen alrededor. En lo cotidiano sucede lo extraordinario y viceversa, y eso es lo bello de este libro: la bondad, el amor, la naturaleza, van hilvanando cada uno de los elementos que construyen esta historia.
Las ilustraciones, realizadas con linóleo en blanco y negro, generan la misma dualidad entre lo complejo y lo sencillo. Son tremendamente simples a primera vista, pero contienen un trasfondo, tanto técnico como narrativo, que carga y enriquece todas las escenas. El color rojo que aparece en cada una de las ilustraciones destaca uno o dos objetos, y así refuerza la misma idea, pues nunca el color está en el objeto, personaje o acción principal, si no que guía la vista a lo que pareciera ser intrascendente: una manzana, una maceta, un paño de cocina, un vestido colgado en el tendedero.
Filemón y Baucis nos habla de cómo los gestos más simples y las acciones más sencillas le dan sentido a la vida de estos personajes, y cómo es también a través de ellos que logran trascender. Su humanidad los conecta de tal forma con los otros y con la naturaleza, que terminan siendo naturaleza, aun cuando supuestamente sea la magia, lo sobre-natural, lo que los lleve hasta allí. Tal y como el escritor Raymond Carver concluye en uno de sus más bellos poemas: “Nada es tan sencillo. Es así de sencillo”.