Por Claudio Aguilera, autor de "9 kilómetros"
¿Cuántas emociones caben en un libro? Es una pregunta que podría hacerse el protagonista de 9 kilómetros, ese niño que una y otra vez recorre el camino hacia su escuela junto a la quieta compañía de aves, nubes que podrían atraparse con la mano y esa luz que baila entre las páginas, un universo inagotable creado por el pincel de Gabriela Lyon.
¿Cuántas emociones caben en un libro?, me pregunto. Y la respuesta me la da el mismo niño caminante: hay cosas que no se pueden contar con números. Ciertamente, no podría contar con números todo lo vivido desde que en 2021 presentamos por primera vez 9 kilómetros. Miro hacia atrás intentando volver a recorrer el camino, re andar esos pasos, pero no hay líneas punteadas que nos guíen. La memoria no es un mapa que podamos desplegar con facilidad sobre una mesa. Se parece más a un mapa arrugado, hecho una bola, que lentamente vamos abriendo para descubrir que los momentos, distantes en tiempo y sentimientos, se tocan, y que los pliegues han trazado nuevas y sutiles conexiones.
Me gusta pensar que hay cosas que no puedo contar con números, pero si contar con palabras. Entonces puedo hablar sobre esas emociones, narrarlas, con la misma delicadeza y torpeza con que abriríamos aquel mapa arrugado. Desde el comienzo, me sorprendieron las notas generosas con que mediadores, libreros y bibliotecarios, quienes muchas veces son los primeros lectores de un libro álbum, saludaron la publicación. Sus alentadores comentarios nos hicieron sentir que habíamos establecido una comunicación, que el libro provocaba una conexión con los lectores adultos y también una reacción. Durante todo este tiempo hemos continuado este diálogo a través de diversos encuentros y cada conversación ha sido una oportunidad para explorar nuevos rincones de este libro, espacios que para mí habían pasado desapercibidos y que se iluminaban gracias a la mirada atenta de sus lectores.
Después vinieron los primeros encuentros con niños y niñas. Aun en pandemia, recluidos en nuestras casas, navegamos en el éter sobre las silenciadas ciudades para sentarnos virtualmente en sus casas. Ellos nos hablaron de su vida en las escuelas rurales, de sus caminos y entornos, de sus juegos favoritos y de los animales que veían al pasar. Nos leyeron sus poemas y dibujaron con nosotros. A pesar de las dificultades de conexión, nos contagiaban su alegría y entusiasmo, sus ganas de aprender y conocer. De esos encuentros me quedó grabada una pregunta: “¿Esos niños que están en el libro somos nosotros?”. “Sí, claro que sí”, fue nuestra respuesta.
También sentimos el compromiso y esfuerzo de los profesores y profesoras rurales, quienes deben sortear infinitos obstáculos para guiar y acompañas a sus alumnos. Y de sus padres, madres, abuelas, abuelos y tutores, que buscan en la educación oportunidades que ellos nunca tuvieron. En estas sentidas y honestas conversaciones resonaban los ecos de los intensos procesos sociales y políticos que en los últimos años ha vivido nuestro país, en los que los derechos de niños y niñas, el derecho a la educación y el anhelo de equidad han sido temas prioritarios. Así, 9 kilómetros se transformó en un espacio para hablar de nuestros sueños de un país mejor y más justo.
Uno de los momentos más emocionantes de esos encuentros fue conversar con Carolina Pate, de Puerto Gala, conocida como “La balserita”, una de las inspiradoras del texto, quien nos contó las verdaderas circunstancias que la llevaron a viajar hacia su escuela en una precaria embarcación y las dificultades que tuvo que enfrentar posteriormente. “Pero valió la pena”, nos dijo. “Gracias a eso las autoridades se fijaron en nosotros y pudimos tener muchas mejoras en nuestro pueblo”.
En medio de esos ires y venires digitales, nos llegaron algunas buenas noticias: 9 kilómetros fue seleccionado entre miles de libros del mundo entero para integrar el prestigioso catálogo White Ravens. Poco después se sumaron los premios Marta Brunet a mejor libro infantil y Coré a la mejor ilustración, y las menciones como finalistas en el premio Municipal de Santiago y en el galardón anual de la Fundación Cuatrogatos. Distinciones, cada una de ellas, que han sido una enorme sorpresa y alegría, han llevado al libro fuera de las fronteras de Chile y visibilizado el trabajo en equipo desarrollado junto a Ekaré Sur para su realización.
Con medidas sanitarias más flexibles, 9 kilómetros salió al encuentro de sus lectores. En noviembre de 2021 fui invitado por las maravillosas mujeres de Verdad y Belleza de Valdivia a compartir una lectura en medio de la naturaleza y escuchar con atención a la flora y fauna que habita este libro. Como parte del V Congreso de Arte, Ilustración y Cultura Visual en Educación, en marzo de 2022 visité la isla de Achao en Chiloé. Caminando por la isla descubrí los colores, los cielos cargados de nubes y esa luz tan particular que Gabriela había sabido capturar en sus ilustraciones. A momentos sentí estar dentro del libro. Ahí niños y niñas compartieron conmigo sus viajes de la casa a la escuela, los recuerdos de sus familias y también la dura realidad que viven, ya que muchos de ellos deben dejar sus hogares para estudiar como internos o no pueden llegar al colegio por falta de embarcaciones. Vi el cansancio y dolor de una comunidad que se siente postergada, y que pese a todo mantiene con enorme esfuerzo la esperanza, como lo hace Teolinda Higueras y su familia, quienes con su Bibliolancha recorren los canales de Chiloé llevando su cargamento de cuentos e historias. 9 kilómetros navega ahora también con ellos, como una botella mecida por las olas que espera llegar a nuevos puertos. Realidades que son borradas por la distancia que impone el centralismo y la ceguera de quienes no pueden, o no quieren, ver más allá de su propio mundo.
Igualmente conmovedor fue mi viaje a Coronel, ciudad de la Octava Región en la que nací. Zona de sacrificio, herida por la contaminación y la depredación industrial, fui recibido por Camila Mellado de la librería Pez Volador, quien me guio para conocer el rico entramado cultural de la comuna y los esfuerzos de diversas asociaciones por recuperar su entorno y patrimonio. En la escuela Maule celebramos el Día del Libro juntos a sus niños y niñas. Llevaban más de un mes preparándose. Leyeron sus poesías, realizaron pequeñas presentaciones teatrales y llenaron las paredes de su colegio con dibujos inspirados en el libro. Al verlos me vi a mí, caminando de la casa a la escuela; emocionado e incrédulo frente a Saúl Schkolnik; el primer escritor que conocí; tratando de dar forma con palabras al universo que crecía en mi imaginación, soñando con aquel lejano e incierto “cuando sea grande”. De forma inesperada, este libro y sus 9 kilómetros me habían llevado de vuelta al original. Años de caminar y vagabundear para volver al punto cero. Un regalo más.
Hace algunos días me pidieron escribir una carta dirigida a los niños y niñas que pronto leerán 9 kilómetros. Me preguntaban qué era para mí escribir. Solo pude hablarles de lo que había aprendido en estos últimos meses: escribir se parece a caminar. “Cada paso es como una letra en una larga página en blanco. A veces te pierdes y debes buscar el camino de regreso. Eso da un poco de miedo y también es muy emocionante. Pero otras veces doblas en una calle desconocida y descubres un lugar completamente nuevo y sorprendente. También puede suceder que hayas pasado muchas veces por el mismo lugar y un día abres bien los ojos y descubres algo que siempre estuvo ahí pero ahora que lo ves es nuevo y maravilloso”.
El protagonista de 9 kilómetros seguirá recorriendo los caminos del mundo. Ya ha llegado tan lejos. Pronto lo leerán en Corea y Estados Unidos. Imposible saber hasta dónde lo llevarán sus pasos. Mientras, yo seguiré guardando las infinitas emociones que caben en este libro, tal como él va contando mariposas y lagartijas en su largo viaje.