Andrea Mahnke: ¿Cuántas líneas estás dispuesta a hacer?

Por Iván Larraguibel, director de arte de Ekaré Sur

"Hay muchas versiones de Caperucita, todos los años salen nuevas, pero no había una Caperucita del sur. Cuando se aclaró eso en mi cabeza todo empezó a tener sentido", dice Andrea Mahnke sobre su primer libro: Caperucita Roja y el Lobo Feroz, un clásico imperdible que llega a nuestro catálogo en versión de Verónica Uribe.

Andrea nació en 1986, en Penco, al sur de Chile. Estudió Arte en la Universidad de Concepción e hizo un diplomado en Ilustración Infantil en EINA, Barcelona. Su trabajo como ilustradora ha sido reconocido por la revista Illustrati de Boloña y en el 6to Catálogo Iberoamericano de Ilustradores de Guadalajara. En 2015 ganó el Primer lugar en los “Marcadores Ilustrados” del Fondo de Cultura Económica y, ese mismo año, la portada de la revista La Cigarra. Ya está en librerías su primer libro: Caperucita Roja y el Lobo Feroz.

Este resumen de logros en su carrera no necesariamente refleja lo que sucede frente a sus ilustraciones. Una reacción común entre las personas que ven las imágenes de Andrea es el pequeño silencio de la estupefacción.

Es probable que esa reacción sea porque claramente podemos ver un mundo más suave, terso y oloroso, uno que invita a observarlo con detenimiento, a sumergirse en un tiempo que parece otro. Sin embargo, es mucho más probable que la estupefacción sea producto del aura especial que rodea sus ilustraciones: una especie de mantra propio convertido en líneas, repetido con muchas cadencias, más allá de lo imaginable. En ese mantra vive Andrea.

¿Cómo fue que encontraste ese estilo tan marcado en tus ilustraciones? ¿Qué te llevó a eso, la técnica, el esmero?

No había pensado en eso que me preguntas… Tal vez todo comenzó en el 2010, más o menos, cuando estaba dedicada a la pintura, o tal vez antes, en la Universidad, durante el curso de grabado. Creo que fui desarrollando libremente una técnica, digamos, una forma de hacer donde me sentía cómoda. Esa forma fue la “repetición”. Repetir líneas, repetir hojas, repetir nubes… Digo repetir porque no encuentro otra palabra, pero en realidad no se repite, porque cuando creas un mundo con una naturaleza, debes saber que la naturaleza no es igual ni repetida, solo está hecha de la misma materia. En todo caso, pude encontrar una forma de dibujar donde me sentí realmente cómoda y no he querido salir de allí porque puedo ver cómo avanzo en la destreza de las técnicas que uso, pero siempre dibujando de esa manera que realmente me produce placer. Creo que hasta es terapéutico para mí, hacer tantas líneas me tranquiliza, me deleita hacer esas formas redondas. Algunas veces me han preguntado por qué dibujo así, yo respondo: “es que veo así”.

Es decir, son mas de 10 años haciendo líneas…

Sí, muchas líneas… En la Universidad hice la mención en grabado, fueron dos años estudiando varios tipos de estampación, y ahí descubrí el aguafuerte, que rápidamente se convirtió en mi técnica favorita. Hacia el final de la carrera hice un libro de artista con el maestro Roberto Cartes, que se componía de 16 aguafuertes. Creo que en ese momento comenzaron todas esas líneas, esas formas que no he parado de hacer. Él me dio mucha confianza para seguir en ese camino. Ya en Barcelona, durante el Diplomado en Ilustración, al profesor Gusti le gustó mucho mi trabajo, eso también me empujó a seguir adelante. Realmente Gusti me ayudó mucho durante el curso y después también, en la Feria de Bolonia nos encontramos y me presentó a varios editores importantes. Ha sido muy generoso, le debo un montón.

Hablemos de Caperucita, ¿cómo estuvo ese encuentro?

Bueno, imagínate, un clásico de esa envergadura con una versión maravillosa de Verónica Uribe. Fue tremendo, no lo podía creer cuando Pablo Álvarez me llamó y me propuso hacerlo, dije inmediatamente que sí. Estaba honrada de poder ilustrar un libro tan importante, pero no sabía que iba ser un desafío tan grande a nivel técnico. Yo venía haciendo una cantidad importante de dibujos en blanco y negro, principalmente con lápiz pasta, y eso no iba a funcionar con la Caperucita. De alguna forma tenía que adaptar el color a esa investigación y eso no lo pensé cuando dije que sí, emocionada por el proyecto. Fueron unos meses intensivos de lápiz color buscando una gama de colores donde pudiera trabajar cómodamente.

Por otro lado, el proyecto comenzó como láminas para kamishibai, luego hicimos el libro. Las láminas eran un formato que no conocía y al que tuve que adaptarme, familiarizarme, porque es una imagen que va a ser vista desde una distancia muy diferente al libro. Así que hicimos unas pruebas a ver cómo iban a verse mis dibujos, las líneas que hago en ese formato. Allí confié mucho en ustedes para que me guiaran.

Los personajes, la propia Caperucita, ¿cómo la enfrentaste?

Yo había hecho unos dibujos de Caperucita antes de que me llamaran para el proyecto. De hecho, las primeras pruebas las hice a partir de esa idea un poco clásica: una niña estilizada, de nariz fina, pero a raíz de los comentarios de ustedes, luego de esa primera revisión, me di cuenta que tenía que hacer una Caperucita local: un poco más rellenita, sin la nariz respingada, con botas para caminar en el barro. Hay muchas versiones de Caperucita, todos los años salen nuevas, pero no había una Caperucita del sur. Cuando se aclaró eso en mi cabeza todo empezó a tener sentido.

He escuchado a Verónica Uribe decir que los ilustradores solo se dibujan a sí mismos. ¿Alguna resonancia contigo y la Caperucita?

(Risas) Cuando estuvimos con Pablo en el Centro Lector de Lo Barnechea en marzo, narrando la Caperucita en el kamishibai, una señora se me acercó y me dijo con mucho entusiasmo: “Tú eres Caperucita”. Me quedé un poco sin palabras, porque no me lo estaba preguntando, lo afirmaba con mucha determinación. Yo, la verdad, hasta ese momento no lo había pensado, pero fue tan sincera toda la escena que días después encontré una foto mía con un gesto muy parecido al de la portada.

Creo que en cierta forma es verdad eso que dice Verónica, de alguna manera terminas dibujándote a ti misma, metiéndote en la historia que dibujas.

¿Y los otros personajes?

Para la abuela, me inspiré en mi propia abuela. Eso fue fácil. El cazador, pensé que fuera también de cierta edad, alguien que tuviera un vínculo generacional con la abuela. No quería que fuera un joven, me pareció un poco cliché que fuera guapo como un príncipe azul. No tenía nada que ver con el contexto. La madre, la imaginé joven, más joven que yo, que fuera la propia Caperucita, solo que mayor.

El bosque del sur, ¿cierto?

Ahí estaba en mi salsa. Desde muy pequeña me ha gustado dibujar bosques, unos bosques imaginarios con unos árboles de hojas que no existen. Además, crecí en el sur rodeada de mucha naturaleza, entonces era cuestión de ponerse a trabajar, pero con color, y hacer esos bosques que tanto había dibujado y por una casualidad maravillosa iban a servir ahora para la Caperucita. Entonces, para poder resumir todas las ideas e imágenes que tenía en la cabeza, partí por acotar la paleta. Probé varias gamas y al final decidí trabajar con dos colores primarios. La Caperucita es roja, entonces el bosque es azul, no verde, y el Lobo también azul porque forma parte de él. Luego escogí otra gama más neutra para las casas y lo que están dentro de ellas. Me apegué mucho a la realidad de esas casas de campo del sur que conozco perfectamente: de madera, sencillas, con estufa antigua, estantes de madera, camas con patas altas y cabecera.

Y la narración visual, ¿cómo la concebiste?

Como el proyecto comenzó con las láminas para el kamishibai y luego vino el libro, hubo que hacer dos narraciones visuales. El kamishibai es para ser visto de lejos y no funcionan mucho las secuencias, es mejor que cada lámina sea una sorpresa. En cambio, en el libro puede haber muchas narraciones secuenciales, puedes contar más con las imágenes, tienes más espacio. Fue un trabajo que hicimos bastante juntos, con ustedes. Recuerdo la reunión en donde vimos los bocetos básicos de todo el cuento ya dividido en dobles páginas, justamente para aclarar la narración visual que íbamos a usar. Para la ocasión, la tarea era que tanto yo como ustedes hiciéramos una propuesta. Fue increíble confirmar lo parecido que eran ambas. Fue inolvidable que la página del famoso texto: “Abuelita, que orejas tan grandes tienes. Para escucharte mejor… Abuelita, que ojos tan grandes tienes…¨ la dibujamos igual, los planos eran los mismos, no lo podía creer.

Para terminar, ¿cómo pasas el encierro y qué preparas?

Bueno yo estoy feliz con el encierro, todavía no me vuelvo loca (risas)… Llevo más de 50 días sin salir de casa, mi marido se encarga de todas las compras. Creo que toda la vida me he preparado para este encierro. De pequeña me imaginaba estar dentro de un bunker, protegida, mientras todo afuera se destruía.

No estoy desesperada en el confinamiento, estoy dibujando mucho, aprovechando de leer, aprendiendo alemán… estoy feliz, me gusta estar en casa.

 ¿Y qué echas de menos?

Ir a comprar a la feria, me encanta hablar con los caseros, siempre regresaba a casa contenta. Por otro lado, me estoy quedando sin algunos materiales, espero que ya pronto abran las librerías.

Antes de que finalice el año, Andrea quiere terminar su próximo libro, esta vez como autora. Un paso que lleva esperando varios años para dar y no pretende que sea en falso. Y con seguridad no lo será, porque la caminata que ha venido haciendo en su corta carrera dentro de la ilustración infantil tiene firmeza y constancia como un mantra, un mantra del que Andrea no pretende salir. Cada línea es una sílaba con cadencia propia perfectamente susurrada todos los días frente al papel.

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