Adolfo Córdova: “Me interesan los libros que dan espacio a la ambigüedad, a las muchas capas; que no cierran sentidos, sino que los abren”

En noviembre recibimos una visita que esperábamos hace tiempo, la del escritor e investigador mexicano Adolfo Córdova. Autor de la premiada antología “Cajita de fósforos” y del álbum “La noche de la huida”, el también especialista en LIJ se reunió en la Fundación La Fuente con Claudio Aguilera (“9 kilómetros), con quien tuvo una fructífera conversación. En este artículo reproducimos parte de esa entrevista.

Muchas de las preguntas que te voy a hacer hoy son las que me hago a mí mismo en este rol múltiple que tenemos, de lector y escritor al mismo tiempo. Tú eres un lector profesional, estás dedicado a la lectura de libros, ¿cómo dialoga eso con la escritura?

Para mí la escritura y la lectura no están separadas, están intrincadas: todo el tiempo uno está haciendo un ejercicio de reescritura de lo que lee. En general, mi práctica está atravesada por un poema de Wislawa Szymborska: “Todo principio no es más que una continuación, y el libro de los acontecimientos se encuentra siempre abierto a la mitad”. Si me pudiera hacer un tatuaje de letras, serían esos versos. Uno entra a un libro que ya está abierto y empieza a escribir algo que de alguna manera es continuidad de las propias lecturas. Sin afán de ser muy místico -de que siempre es la misma historia contada de diferentes maneras-, es algo práctico también, que me ayuda a encarar el vértigo de la página en blanco. Me relaja pensar que no estoy inaugurando nada, sino que estoy haciéndome preguntas sobre el lenguaje, sobre las ideas que puede haber detrás de una emoción, sobre las dudas que me genera un personaje, y que todo eso va a dialogar con mis lecturas y con las lecturas de otros.

¿En qué momento dices “aquí voy un poco más allá de la lectura y paso a mi propia escritura: esta es la historia que quiero contar”?

Creo que lo detona la duda. Por ejemplo, en La noche de la huida a mí me generaba curiosidad la noche misma en la que huye este personaje, veía en esa amplitud una posibilidad de habitar ese espacio desde la creación. Cuando uno hace literatura derivada o relectura de clásicos en particular, ya no cargas en tus hombros el peso del qué y te puedes concentrar en el cómo. Estimula mucho mi escritura el cómo contar algo, a veces más incluso que el qué contar.

Cajita de fósforos, en cambio, surgió de una pregunta real que me hice tras leer mucha poesía rimada. En 2016, para un congreso en México, me pidieron que hiciera un panorama de los tres últimos años de poesía iberoamericana. Un encargo que era como para hacer un doctorado y que no sabía bien cómo encarar. Me puse a leer lo más que pude, casi obsesivamente, y de pronto me di cuenta de que había un tipo de poesía muy desgastada asociada a la infancia. Pensé que tenía que existir, desde hace mucho tiempo, una poesía que pensara las infancias fuera de la rima, fuera de la norma. Y ahí empecé una investigación sobre este tema.

¿Qué preguntas les haces tú a los libros que comentas y reseñas? ¿Qué buscas hoy en la literatura infantil y juvenil?

A estas alturas, después de haber leído tantos libros y revisado tantas novedades, lo que busco tiene mucho que ver con libros que renueven mi asombro y que tengan, desde la materialidad misma del libro, una propuesta que se esté preguntando a sí misma también por ese lugar que intentamos fijar y llamar infancia. No soy aguafiestas de estar leyendo y revisando, dejo una primera mirada para ver qué me pasó con la lectura, y ya luego trato de racionalizar mi experiencia, si me gustó o no me gustó. Creo que muchos hacemos eso. Cuando yo hago selección elijo los libros que me interesan, y a mí me interesan en particular los libros que dan espacio a la ambigüedad, a las muchas capas; que no cierran sentidos, sino que los abren. Libros a los que quiero regresar, irme por otro sitio, abrir otra puerta. Esos son los libros que me interesan.

¿No te pasa a veces que lo que nosotros como lectores adultos creemos que funciona, para los niños no funciona? A veces uno lo ve en los premios, en los libros que tienen un camino recorrido. Vas a la lectura en la sala de clases y son otras sonrisas, otras lecturas, otros momentos. ¿Cómo andamos ese trayecto, es necesario o simplemente tienen que convivir ambas experiencias?

Son preguntas grandes. Yo como lector profesional de literatura infantil y juvenil no he logrado tener esa retroalimentación sistemática con niños y niñas reales, porque no está en mi día a día, no tengo un grupo permanente. Claro que hay un abismo que nos separa entre el mundo de lo que les interesa a ellos y el mundo de lo que uno puede seleccionar. Quiero creer que salvo un poquito esa distancia porque me interesa la historia y he tratado de observar qué ha pasado con los libros a través del tiempo, y también porque como me gusta platicar con niños y niñas creo que tengo en mi cabeza una sintaxis infantil que intento poner cuando leo un libro. Y luego ya, hay una parte donde efectivamente uno no sabe qué va a pasar. Y eso nos recuerda lo diversos que somos los lectores y cómo lo afectivo también atraviesa las lecturas: a lo mejor un libro le significó por quién se lo leyó, por el momento en que lo leyó o porque encontró algo ahí. Por eso yo procuro también no satanizar títulos. Nuestros ejercicios de poder sobre las infancias y juventudes siempre son tentadores, pero hay que mantener la puerta abierta para aquellos títulos sobre los que tenemos prejuicios, pero que de pronto un niño, una niña o un joven nos muestra una cara que no habíamos visto.

De alguna forma lo que haces en tu blog es mostrar la diversidad, mostrar que están estas lecturas, pero que también puede haber otras. ¿No te abruma este mercado del libro donde hay tantas novedades, tanta producción, donde a veces uno siente que algunos editores se están transformando más bien en publicadores?

Siempre cuando termino la selección anual digo que es el último año. Es verdad que se publica mucho, pero quizás lo más abrumador es que pensar críticamente un libro, para poder decir algo que pueda resultar interesante para un lector, requiere de mucha relectura y reescritura. Es un hartazgo no por lo que me pasó al escribir, sino más bien por la cantidad de trabajo que requiere y el tiempo que me lleva. Luego, también me escriben para saber dónde conseguir los libros. No pongo la liga de dónde encontrarlos, no segmento por edad, no quiero instrumentalizar esa práctica así, quiero compartir un ejercicio súper subjetivo de lectura que pueda abrirle mundos a los lectores y a los creadores.

Otra cosa que me ha pasado también en los últimos años es que he decidido que en las elecciones entren también libros que no son novedades. Eso lo detonó justamente Ahí (Erdosain, 2016), un libro de Claudio (Aguilera) que leí muchos años después que se hubiera publicado y que quería reseñar. Esa avalancha de títulos muchas veces va dejando atrás otros buenísimos que se hacían preguntas sobre la infancia. A mí como investigador me interesa ese recorrido, me interesa ver esos álbumes que a lo mejor no vi antes y no dejarme rebasar por la avalancha de títulos nuevos. Poner un freno y revisar mi propia biblioteca, qué tengo aquí desde hace tiempo que no he podido leer o releer.

Hacer antologías también es una forma de escribir con las palabras de otros. ¿Qué quisiste escribir con esta selección en Cajita de fósforos? ¿Cuál fue tu narración a través de estos poemas?

Coincido: toda edición genera autoría. Y creo que sí, hacer una antología es crear también. Cuando uno se asume como creador, cuando haces una revisión antológica, hay algo que efectivamente quieres contar. Yo quería que en Cajita de fósforos hubiera una narrativa más poética, menos estructurada, sin tanta claridad de principio, desarrollo y fin. Como dije, la primera pregunta fue ¿cómo puedo hacer un compendio de poemas que suene con una música distinta a la que nos han dicho que es la música de la infancia en poesía? Me interesaba, más que contar, hacer escuchar a los lectores otra melodía. Y de alguna forma -aquí sale la parte más activista-, diversificar nuestras experiencias de lectura de poesía, que a veces han estado muy cerradas y tienen muchos prejuicios.

Cuando pedí la beca para hacer la investigación en Alemania había dicho que iba a hacer un recorrido por la poesía publicada en Iberoamérica en los últimos 10 años. Pero fue Aquiles Nazoa el que me dio la clave histórica en el proceso de investigación. Encontré, en una revista de los años 90, un artículo de Antonio Orlando Rodríguez que mencionaba un Aquiles Nazoa que yo no conocía, el de Método práctico para aprender a leer en VII lecciones musicales con acompañamientos de gotas de lluvia, que cuestiona y revoluciona la propia historia de la literatura infantil partiendo del método práctico para aprender a leer y revolucionándolo. Es decir, partiendo la mirada en una aproximación pedagógica para terminar en una mirada artística.

Cuando uno va leyendo ciertos libros masca lenguaje, las palabras crujen de alguna forma. Con lo que trabajamos es con la palabra. ¿No te pasa que es el lenguaje de la materia prima de todo esto?

Sí, totalmente, y creo que muchas veces la poesía termina de escribirse cuando se lee en voz alta, cuando se escucha crujir las palabras. Y creo que la aproximación que tú compartes es una aproximación muy poética sobre la creación en general, que es trabajar reinventando esos sonidos, escuchando el cuerpo de las palabras, cómo se moldean de una forma u otra.

Después de leer esas lecciones de Aquiles Nazoa, y ver que habían sido escritas en 1943, me dije ¿quién antes de Nazoa también hizo esto? Ahí fue que la antología asumió su carácter histórico. Estos poemas de Nazoa nunca habían sido puestos en un libro para niños porque cuando él los escribió la poesía no rimada no era considerada infantil. Supe lo que quería contar conforme fui haciendo la lectura y la investigación, y ya a la hora de ensamblarlo en la narrativa de la antología, quise reproducir una imagen basada en Cajita de fósforos de María Elena Walsh: tratamos de que cada poema encienda otro poema. Algunas formas son evidentes, como palabras que se repiten, pero otras veces es más una emoción o un paisaje. Esa fue la manera en que quise contar algo.

Cuándo seleccionaste los poemas, ¿cómo decidiste qué poema cabe o no en una antología para las infancias?

¿Tú qué dirías, Claudio? No seas así, dime (risas). Para mí una posible respuesta es: un poema para niños y niñas es un poema que le interesa a niños y niñas, haya sido escrito o no con esa intención. Políticamente para mí sí era importante que el autor o el poeta quisiera tocar una sensibilidad infantil o juvenil, porque creo que es importante reconocer esa historia. Quería que sí hubiera poemas aquí que quisieran convocar a niños y niñas, de autores que respeto, que leo y que me han formado a mí como lector y como escritor. Pero también hay autores que quizás se estarían revolcando si supiera que están en una antología infantil (más risas).

Siento que corremos por la vida con todos los cuentos a cuestas, nos acompañan en las dificultades, en los momentos felices. De alguna forma, somos lo que leemos. Eso está en La noche de la huida: ella huye con lo que ha leído, pero también con el cobijo de sus lecturas.

Desde El dragón blanco (FCE, 2016) tenía ganas de mostrar lo permeable que son las historias. En El dragón… yo quería que hubiera guiños entre los cuentos, que se pudieran identificar continuidades, y eso lo traté de sintetizar en La noche de la huida: ¿es una sola huida o son muchas las que atraviesan los personajes de los cuentos de hadas y las que atravesamos las personas? Me gustaba también pensar que la niña o la joven que huye es en realidad muchos otros personajes. Entonces, conscientemente, traté de entretejer esas otras singularidades en el mismo relato, meter otros personajes que huyen en cuentos clásicos y ponerlos a conversar con esta niña.

Hay una tendencia hoy en día a la relectura de los clásicos. ¿Por qué crees que necesitamos volver a estas obras y mantener este diálogo vivo?

Salvando la parte práctica -de que son obras en dominio público por las que no hay que pagar derechos de autor-, creo que tiene que ver nuevamente con el poema de Wislawa Szymborska, con el placer que nos causa releer. De todos modos, es un efecto paradójico: por un lado, nos libera de la presión de que estamos inventando el mundo y hay que imaginarlo todo otra vez; uno recuerda antes hubo otros preguntándose lo mismo y respondiéndolo con libros que por algo han sobrevivido. Pero revisitarlos y publicarlos nuevamente, abriendo otras lecturas, también es una invitación a que los niños y niñas recuerden que siempre se puede reinventar el mundo, que todavía podemos cuestionar cosas. Me parece que una de las situaciones más fuertes con las que se enfrentan niños y niñas es que parece que llegaron a un mundo donde ya todo está montado y donde ellos tienen que adaptarse: la obra de teatro empieza así, tú tienes este papel, tienes que cumplir ciertos roles y termina de esta forma. Creo que mucha de la literatura que me interesa, y por lo que creo importante revisitar clásicos, es la que dice no, esta es la obra, pero puede haber otros actos, puedo ocupar otros roles y decidir si digo o no lo que me dicen que tengo que decir. Eso es algo que a mí me interesa que pase en los libros; que por un lado se reconozca esa historia, pero que la historia no tenga un peso tan fuerte como para cerrar la posibilidad de recrear eso que hemos dicho ya muchas veces.

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