Por Marta Larragueta, para Literatil
Abro el libro intrigada y me encuentro con un pequeño grupo de jóvenes de vuelta de las vacaciones que se acercan algo dubitativos a la puerta de su colegio. Hasta aquí, todo normal, pero en el segundo plano de la doble página asoma la sombra de dos elementos que pronto van a cobrar protagonismo: una inmensa grúa y un árbol (igual de inmenso, por cierto). Pues bien, pronto llega la explicación de tanto tablón de madera que bloquea el patio: para construir un nuevo edificio van a talar la araucaria (gensanta, qué palabras tan bonitas tiene la botánica). Y resulta que esta decisión no es acogida por todos con el mismo entusiasmo.
La obra de Claudio Fuentes y Gabriela Lyon nos habla de un desencuentro entre los Milenarios (defensores a ultranza de la araucaria) y los Desarrollistas (a favor del progreso que traería el nuevo edificio); cada cual tiene sus razones y parece que no van a llegar a un acuerdo. Comienza todo un proceso que incluye reflexiones, debates, votaciones… ¡bendito desencuentro el que ha surgido en este centro! Los jóvenes, y sus profesores, dan toda una lección de civismo y pese a sus diferencias defienden sus planteamientos con exquisito respeto y educación. La solución no es sencilla, pero siempre hay resquicios para acercar posturas.
Al final de la obra se ofrecen los resultados de las reflexiones de los personajes tras haber vivido todo el proceso, casi a modo de aportación informativa sobre conceptos como participación o toma de decisiones. Se trata de información útil, pero la historia tiene probablemente mayor riqueza en las páginas anteriores donde se intuye perfectamente el mensaje que se quiere transmitir, entretejido dentro de la ficción narrativa.
El libro parece combinar distintos géneros: hace guiños al cómic con algunas viñetas que aceleran el ritmo de la narración, pero también defiende su apellido de álbum con dobles páginas que logran que el lector se detenga a contemplar. En este caso la relación entre texto e imagen no es lo más importante, pero las ilustraciones realistas, casi como si Gabriela Lyon estuviera a pie de calle documentando el suceso, engarzan a la perfección con la historia de ciudadanía para niños (o para todos) que nos cuentan las palabras.
Además, la ilustradora no ha querido dejar pasar la oportunidad de hacer otro alegato, mucho más sutil pero igual de potente. Los personajes de la historia muestran la diversidad que está presente en las aulas y en la calle, pero lo hacen de manera tácita, normalizando lo que hace tiempo que debería ser ya normal (signifique lo que signifique normal). Las palabras no necesitan mencionar la interculturalidad, ni el respeto a la diversidad, porque ambas están tranquilamente entretejidas en los dibujos de Gabriela Lyon. Y eso es, probablemente, un posicionamiento tan consciente como el que nos muestra la historia del desacuerdo.
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