Por Adolfo Córdova, periodista, escritor y promotor de lectura
Antes de abandonar la rama o el cable de luz, el pájaro mira al poeta.
Felipe Munita observa desde su ventana. Antes de empezar a escribir, anda un tiempo por el aire dando vueltas.
Después se posa. Y escribe un haikú:
Pájaro cantor / demoras en la rama / menos que un silbo.
Un libro lleno de instantes como éste. Rico en revoloteos y pausas, hecho de muchos cantos, polifónico, que nos invita, desde la primera página, a escuchar y a mirar… juntando voces de pájaro escribí / en sueños, la canción que adorna esta partitura.
Dividido en tres secciones, como tres movimientos, Munita propone un repertorio variado que suena con rimas, caligramas, haikús, verso libre y otras formas tradicionales de la poesía lírica infantil. Sus motivos principales son la música y la naturaleza, es decir, bebe de lo clásico, no sólo en forma, también en contenido; pero su tono relajado, con toques de humor, y sus juegos con la poesía visual, con la que forma guitarras perfectas, pipas, pistas de carreras, llaves de sol y enredaderas, lo actualiza y lo hace llegar a un amplio rango de lectores.
Las ilustraciones de Raquel Echenique contribuyen a todo ello. Aunque la artista mezcla técnicas, en armonía con el texto, predomina la suavidad de la acuarela, el fondo blanco de la página, bien abierto, espacioso como un cielo, para que las palabras vuelen a sus anchas.
En este poema / no cabe una gota / pero entra el mar / con todas sus olas.
Con Echenique, además, se vuelve visible el puente transparente entre el cielo y el agua… la lluvia llega al río, los pájaros se sumergen y se convierten en peces, las hojas son algas. Los árboles del parque / dicen rayos de sol / entre sus ramas, / dicen pájaros traviesos / gritan luz, susurran agua.
Extiende los poemas con sutileza y elegancia, aportando pequeñas historias, pianos efervescentes, pollitos despeinados, largas anguilas rosáceas, aleteos como remolinos de hojarasca y personajes que casi siempre miran de perfil y hacia arriba, tras las huellas frescas de las golondrinas.
Diez pájaros en mi ventana resuena, entonces, no sólo con aquellos grandes compositores inspirados en aves, como Schubert que compuso un lied para voz y piano dedicado a la corneja, Tchaikovsky y su pieza para piano titulada “La canción de la alondra”, y Vivaldi que quiso homenajear con un concierto para flauta y orquesta al cardenal; se posan aquí, igualmente, Carlos Barella y Carlos Murciano, que le escribieron al canario y al mirlo; Pablo Neruda, que agradeció a los violines; Federico García Lorca, que escuchó llorar a la guitarra; Jaime Ferrán, que intentó tocar la trompeta y el contrabajo; Gabriela Mistral y su himno al árbol, y hasta Dora Fornaciari, que dirigió una orquesta de animales en el bosque.
Munita expande este universo de trinos y notas cuando compone una oda al punto, inventa un romance entre aviones y convierte en mecedora a una araucaria. Su voz, este libro, que combina lo maravilloso con lo cotidiano, convoca, como si fuera un nido. Hará quedarse y regresar, especialmente, a los lectores que recién emprenden su vuelo y a los que con ellos anden dando vueltas.