Por Pablo Álvarez, editor de Ekaré Sur
Chile, en su inmensa longitud, es un paisaje diverso. Un altiplano y un enorme desierto en el norte; valles que se esconden entre la inmensidad de las montañas; campos, bosques que parecen selvas, ríos que nacen en la cordillera nevada y dan al mar; tranquilos lagos, fiordos y hielos australes. Y en esa diversidad de paisajes naturales existen ciudades habitadas, por supuesto, por personas también diversas.
En Ediciones Ekaré Sur hemos intentado, a lo largo de los años, representar a través de nuestras publicaciones ese paisaje heterogéneo y su gente. En relatos, poemas o textos de no ficción; con collage, acuarelas o lápiz pasta. Distintas voces, técnicas y modos de representar tan diversos como Chile.
“Es la hora en que los cerros comienzan a brillar”: el paisaje urbano
La ciudad es un escenario recurrente en la literatura. Y en la literatura infantil cumple diversas funciones, a veces incluso una ciudad puede convertirse en un personaje. Los libros Un día soleado (Rafael Rubio y Gabriela Lyon, 2018) y Sábados (María José Ferrada y Marcelo Escobar, 2017) son dos publicaciones que, con propuestas completamente distintas, transcurren en la ciudad de Santiago y en Valparaíso, respectivamente. Dos ciudades sin duda ampliamente representadas en los libros chilenos. En Un día soleado vemos un Santiago de verdes parques y construcciones históricas, como el Museo de Bellas Artes, el Mercado Central, el puente del Arzobispo. Pero sobre todo vemos el río principal de la ciudad, el Mapocho, que sirve también de morada para el protagonista de la historia. Ahí Simón, “perro de calle”, comienza su mañana y termina el día, viviendo correrías de todo tipo. Gabriela Lyon retrata con calidez una ciudad tantas veces representada y transforma en un escenario de aventuras los principales hitos patrimoniales de la capital. En Sábados, en tanto, Valparaíso es el eje central de la historia, con sus rincones, su arquitectura típica, sus tradiciones. Su ilustrador, Marcelo Escobar, dice que volvió en el tiempo para dar vida a las imágenes: “Intenté rediseñar el Valparaíso de mi memoria, en el que los recuerdos y las cosas conocidas se mezclan”. Un retrato, a veces onírico y a veces patrimonial, dominado por aires porteños.
“Como una cordillera de olas y de nieve”: el paisaje pictórico
La pintura chilena se ha encargado de retratar el paisaje en todas sus épocas. Desde los tempranos óleos del inicio de la República chilena hasta las abstracciones menos figurativas, el paisaje ha estado presente en los distintos estilos y escuelas. Así lo vemos en Ven a ver arte chileno (Agustina Perera, Iván Larraguibel y Varios Artistas, 2013), desde la obra clásica de Onofre Jarpa, a una poética y sutil acuarela de Lea Kleiner, pasando por los cálidos volcanes de Nemesio Antúnez. Lo cierto es que no hay un modo de representar el paisaje, como tampoco hay solo un modo de nombrar las cosas.
Pero, ¿cuántas veces se puede representar la cordillera, el desierto, el mar, los bosques? No hay límites para eso. Basta con ver la obra de Valentina Cruz en La maleta mágica (2017) y la de Pablo Domínguez en Cordillera azul (2017). El surrealismo de Valentina nos lleva por misteriosos paisajes, intrincadas montañas y lugares donde reinan las palabras, los detalles y los mensajes que a veces no encuentran destinatarios; mientras que la obra de Domínguez nos hace transitar por expresivos paisajes de árboles torcidos por los incesantes vientos de nuestra larguísima costa. Estilos que se diferencian, pero que se encuentran en ese contar con imágenes el paisaje de un país.
“A la sombra de un viejo alerce”: el paisaje rural
Una madre tiene que alimentar a sus siete hijos en el campo chileno. Con harina y agua hace una tortilla que pone al rescoldo. Pero ni la madre ni los siete hijos hambrientos contaban con que la tortilla saldría corriendo por el campo… y dicen que sigue corriendo y que nadie se la ha podido comer. Este cuento de la tradición chilena, La tortilla corredora (Laura Herrera y Scarlet Narciso, 2008) fue el primer libro publicado por Ediciones Ekaré Sur y, como la misma tortilla corredora que no se cansa de correr de un lado para otro, se sigue publicando. Ahí vemos el campo chileno, sus extensiones y riquezas, sus animales y sus tradiciones. Más al sur está José intentando quedarse dormido en Duerme, niño, duerme (Laura Herrera y July Macuada, 2013). Ahí, en su casa de tejas de alerce, como el árbol que sombrea la casa de la mamá y los siete hijos, José no puede dormir, preocupado por lo que pasa en la noche sureña. Y en una casa también construida con tejas de alerce, la abuela de nuestra Caperucita Roja y el Lobo Feroz (Verónica Uribe y Andrea Mahnke, 2019) aguarda con calma la llegada de su querida nieta, sin sospechar las intenciones del lobo, que merodea en los bosques húmedos del sur chileno.
“Iba yo, cruza-cruzando
Matorrales, peladeros”, Gabriela Mistral
Camina que camina va también nuestro protagonista de 9 kilómetros (Claudio Aguilera y Gabriela Lyon, 2020), un niño que hace grandes esfuerzos todos los días por llegar a la escuela. Un niño como tantos otros niños en distintas partes del mundo, y de cuyas historias muchas veces no nos enteramos. Y es en ese cruza-cruzando bosques, ríos y potreros, que vemos, desde los ojos del niño, la exuberancia de nuestro paisaje. Fuccias (nombre en mapudungun), arrayanes, lumas, lagartijas, mariposas, decenas de pájaros y hasta un inquieto puma que merodea entre los matorrales, son parte de un paisaje que se describe con breves y sutiles palabras, un texto que deja hablar a la naturaleza, que tiene los silencios necesarios para que el paisaje mismo se exprese.
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Tenemos la deuda del desierto, la tarea pendiente de la costa, del ancho mar, de las frías tierras australes. Pero vamos paso a paso, como los personajes de nuestros libros, imaginando y soñando con los libros que queremos que los niños y niñas lean, atesoren y graben en su memoria.